Si el auge de según qué opciones políticas solo se explica en ese ciclo
de revelación y olvido con que las sociedades gestionan lo obvio –que un
mitin se gana enarbolando ideología y un gobierno, pragmatismo-, se diría que
el partido republicano estadounidense vive, desde hace cuatro legislaturas, de esperar
la llegada de ese limbo. Solo así se explica que, con la mitad del paro y el déficit
que dejara george bush jr, y la economía creciendo a un ritmo que no iguala ninguna
economía desarrollada, el partido demócrata venga de perder el control del
Senado y de ver ampliada la mayoría republicana en la Cámara de representantes.
Y que tan bien expresa lo que Luis Monge escribe en El País 6.11 –“¿cómo se explica que en Arkansas ganen
quienes defienden que si aumentan los salarios habrá menos contrataciones mientras
al mismo tiempo se aprueba en referéndum el incremento del salario mínimo?”. Es
en ese paraíso de lo evidente
invisible, que las máximas aspiraciones del partido republicano apuntan contra
la revocación de la Reforma sanitaria y contra la ya compleja aprobación de la Reforma
migratoria, como si fueran nimiedades de la protección social lo que, junto a la
lucha contra el cambio climático, frena una recuperación económica que no está frenada.
Como ocurre aquí con el partido popular, que es casi preferible en el gobierno –por
falaz, corrupto, ramplón y acultural que sea- con tal de no verles instalados
en la obscenidad permanente desde la oposición, la mejor, y única lectura no
deprimente, del triunfo del partido republicano podría radicar en las energías
ahorradas por quienes les leen o escuchan tras ocho años de desvarío continúo
en la oposición. Lo explica ese otro socialista, musulmán, ateo y probablemente
negro que es Paul Krugman:
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