02 marzo 2012

Willy Loman Monroe

Paradójico como sea en una película que habla de la distancia entre lo que se espera de ti y lo que puedes dar, Una semana con Marilyn le reconcilia a uno con la imagen de superficialidad absoluta que encumbrara al personaje sin que poco importara si dentro había una actriz o no. También porque la película de Simon Curtis habla desde ambos lados: el de la decepción –encarnada en Lawrence Olivier- y el de la impotencia –que tan pasmosamente frágil asoma ella. Encerrada ella en una película a medida de miedo e inseguridad pasmosa, encumbrado él entre la seguridad en sí mismo y el prestigio más elevado, Olivier escogió una comedia para aproximarse al precipicio de trabajar con ella… en Inglaterra. Y ese desastre vertebra la narración como el del espejo absolutamente insatisfecho con quien se mira en él. Pero es otra historia la que mejor cuenta la imposibilidad de ese estrellato al confrontar exigencias más elevadas o solo más pegadas a la realidad. Qué más obvio símbolo de la inseguridad elemental de una persona haciendo de objeto que su matrimonio con un dramaturgo. Un ser que dice ser algo que ya no sabe ser, que se acerca y huye al tiempo, al que su gloria vino a destruir: Willy Loman Monroe.

3 comentarios:

A.Pérez dijo...

intrincado complejo. tal y como lo cuentas, el film refleja muy bien ese sentir, desasosiego, fragilidad que se esconde más en unos, menos en otro. me la apunto. :)

uliseos dijo...

eso sí, el día después te sentirás fatal... :P

A.Pérez dijo...

entonces mejor no... :(