30 marzo 2012
dentro de cada cuarta pared, un gato
Por apenas dos días no ha coincidido la
posibilidad de poder escoger, el Día mundial del teatro, entre ver Quitt en el
Valle Inclán o Despertares en el teatro de La Latina. La razón de su cuasicoincidencia
magnífica es que improbable, juguetonamente, ambas pueden ser leídas como metáforas
de la cuarta pared. 1. La que, en el Valle Inclán, tanto te separa de Jordi
Boixaderas haciendo de Hans el mayordomo, como te encierra en el teatro con éste
último que tanto se te parece a un actor extraordinario. El texto de Peter
Handke en manos de Lluis Pasqual envía a sus intérpretes a subir y bajar por el
patio de butacas mientras su discurso tan obviamente juega a contar que lo que
ocurre en el escenario, sucede con virulencia idéntica en los días de quienes
han venido a ver la obra. Si la obra necesita de la cuarta pared para ser creíble,
su imitación sanguinolenta y aguiñolada de lo que cuentan los periódicos se
escucha como un suplemento de economía leído por un monologuista. Y 2. Emparedado
entre dos muros no menos porosos, el relato sobre el gato de Poe encerrado
cuyos aullidos desvelan un crimen, y que estremecerían cuantas paredes haya en
La Latina entre Echanove y el patio de butacas. Uno no sabe, al entrar a ver
Quitt, que el asiento que le espera, aún marcando fila 6, es la fila a pie de
escenario. También ese lugar, sin cabezas delante que te recuerden que asistes
a una ficción pactada con cientos de personas, otorga un papel al que se sienta
en ellas: no estar al pie de esa pared, sino dentro de ella. Ser ella. En un
edificio de Valdebernardo, pintado al pie de un portal, el gato que durante
años vigilara la puerta ya no está, emparedado tras una capa de pintura escasamente
idéntica a la previa como para que el gato no maúlle su suerte a quien se
acerca.
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