10 noviembre 2006

recuento de puñales

De los siete estados que ayer votaron enmendar sus constituciones para prohibir el matrimonio entre personas del mismo sexo, tres dieron la mayoría de sus votos al partido demócrata. Las consecuencias de minimizar la capacidad de maniobra de tan nefasto presidente son superiores a las que se infieren de entender que los ciudadanos norteamericanos probablemente votan en contra de que se sigan matando soldados de su país y poco más, y sin embargo cuán frágil se antoja ver votar el daño global, afronterizo, imputable a un idiota por el número de víctimas que mueren con una bandera concreta puesta encima.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No tienen más razones para quitarle d enmedio que hace dos años, y no lo hicieon. Detrás de él hay un pueblo mesianico que cree profundamente que son la esperanza de esta civilización, y dará lo mismo quien sea el presidente, porque lo elegirán en razón a ese espíritu.

Anónimo dijo...

Es ésa precisamente la razón. "...y no lo hicieron". Esta novedad pijiprogre, que comienza con la berrea de algunos corresponsales televisivos, de que Bush es el Maligno, y la mayoría de los americanos lo rechaza, no se corresponde con la realidad. Es simplemente un esperpento que se nos hace masticar día sí y día también. Recuerdo el ridículo en el que muchos quedaron hace dos años, cuando pronosticaban una quiebra de la confianza en los republicanos, casi apoteósica. Y luego recurrieron a las excusas, que si manipulación, que si recuentos, que si fraude. ¿No pasa algo parecido aquí mismo? Pero Bush ganó porque la mayoría de los americanos lo decidieron. Y ahora, dos años después, los republicanos pierden unas legislativas. Nada más. Bush sigue siendo presidente porque así lo decidieron. Precisamente deberíamos aprender de ellos, cuando atentan en el corazón de su Nación, se unen. Y no nos vendan cabras cojas...

uliseos dijo...

Discrepo. Mentar a bush de idiota peligroso en el puesto más equivocado posible no pretende deslegitimar la forma en que accede a esa responsabilidad. Un país tiene los gobernantes que merece, y al revés. Pero ni siquiera 50 millones de votantes afirman más verdad que la que la suma de los actos de su presidente va gritando. Bush podría seguir siéndolo 1000 años más y cada uno de los argumentos para lamentarlo no perderían un ápice de su vigencia, de la misma forma que hitler y las papeletas que lo designaron no se justifican a sí mismos más de lo que sus actos posteriores hicieron. Bush es un peligro global, un error histórico y un simple en el puesto que más sutileza ha de requerir. Pero hay una forma de averiguar la relación entre el apoyo que recibe alguien y las razones para lamentarlo: pregúntese a cada ciudadano que le cree idóneo para el puesto por qué lo cree: preguntas que exijan razonamientos, no un mero sí o no. No se puede hacer, claro, pero tampoco es necesario. Más sencillo: uno apoya a aquel con cuyas ideas se identifica, cuyo pensar se le antoja cercano. Ahí asoma el problema real, el verdaderamente insoluble: cincuenta millones de personas que harían lo que bush, cincuenta millones de personas que hablarían lo que él, que negarían lo que él.
¿Qué es lo que parece querer conculcarse al tildar de nefasta la opinión legítima de medio país? No la democracia tal y como la compramos -que como sistema no garantiza ni la centésima parte de derechos que su credibilidad pregona, y ni falta que hace pues quién tiene tiempo y energía para involucrarse en las libertades y servidumbres de una población –cualquiera- cada vez más indisolublemente interconectada al resto de países. No, es la definición de legitimidad la cuestionable: considerar siquiera plausible que un mentecato pueda aspirar a presidir un país tiene su origen fatal e irremediable en un sistema que para valorar a quien ha de dirigir una nación no exige una mínima valoración de quien adopta la responsabilidad de elegirlo, apenas una firma y una cruz en una papeleta, como si el valor de una opinión estuviera garantizada, sin más y por igual, por los zapatos que por la mañana todos nos ponemos . Mitos útiles: el de la representatividad. Y. Presuponer que el 51% de los individuos son lo suficientemente sabios, sensibles, sensatos y justos. Que –ausentes en la vida diaria en grado superlativo- todos hallan esa sabiduría, esa sensibilidad, esa sensatez, ese sentido de la justicia necesarios cuando más hace falta, una vez cada cuatro años. El mito de la comprensibilidad. Dice hoy Rumsfeld en La Vanguardia que “la guerra no es bien conocida, no se entiende bien, es compleja para que la gente la comprenda”. Y claro, la verdad, asomando, al fin, cuando su puesto no depende del voto de bush porque acaba de ser expulsado de la urna que le mantenía a salvo. Ese quizá las cosas no puedan ser entendidas por quienes nos votan para que las expliquemos. El mito de la fundadibilidad –perdón por el palabro. Uno que otorga la cualidad de lo bien, de lo hondamente fundado como una feria reparte sus papeletas: poseerla es ya premiarse. Disponer de lenguaje es ya emplearlo como lupa suficiente.
Asi que no es a bush a quien realmente se culpa, sino a esos cincuenta millones de irresponsables, que –eso sí- no lo son menos que quienes, con urnas o sin ellas de por medio, deciden apoyar diariamente a la más cercana caterva de ideas necias, taradas, criminales, cuando no la fusión desordenada de todos ellas. Y que no exista alternativa viable no quiere decir que el sistema y los resultados que proporciona sean buenos, quiere decir sólo eso: es lo que hay. Y al que no le guste, como al que sí, que se pudra. En ello estamos, en pudrirnos. La confianza, las mayorías, el corazón de las naciones. Formas del Panglossismo de Voltaire. En física tienen más suerte: sólo dejan salir al aire una idea cuando hallan las matemáticas que la demuestran.