Escribe Peter Beinart hoy en La Vanguardia cómo el triunfo de Reagan en 1980 se basó en tres pilares: estado poco intervencionista, valores morales tradicionales y línea dura en política exterior. Reagan llegó al poder tras décadas de expansión del poder del estado y con una revuelta fiscal de la clase media, sobre todo en California. (En ese sentido, no fue de mucha ayuda que muchos blancos de clase media creyeran que el dinero de sus impuestos acabara financiando servicios para los afroamericanos). Reagan redujo los índices impositivos, y luego, bajo Bill Clinton, la Administración se hizo más eficiente y eficaz. El caso es que hoy, en una economía globalizada en la que muchos se sienten económicamente inseguros, la ciudadanía estadounidense quiere que la Administración pública haga más, no menos. En el actual clima político, la hostilidad del partido republicano al intervencionismo estatal constituye un importante punto débil.
El mismo día, en El País, escribe Antonio Caño que teniendo en cuenta que, en esos mismos sondeos, el 58% de los votantes se sigue pronunciando a favor de menos servicios públicos y menos impuestos –por un 28% a favor- la solución que The Wall Street Journal y la mayoría de los dirigentes republicanos ofrecen hoy es clara: volver a Reagan, volver a Gingricht, volver a hacer campaña como los campeones de los bajos impuestos, el escasísimo gasto público y el mínimo Estado. En esa batalla, creen muchos republicanos, pueden encontrarse con el considerable número de demócratas conservadores que fueron elegidos el martes. Gingricht ha comentado que, si se cuenta a éste último grupo, el balance en el Congreso es favorable a la política de conservadurismo fiscal. “Perdimos porque nos separamos del principio del Estado limitado que sostenía este Congreso republicano”, ha manifestado en una carta a sus colegas el influyente representante Mike Pence.
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