Coinciden en el tiempo la publicación de las
memorias de Oliver Sacks en vísperas de su muerte anunciada, con el estreno en
el CDN de El jardín de los cerezos, de Chéjov, dirigido por Ángel Gutiérrez. Y la
noticia de ésta última recalca sutilmente la distancia escasa entre la muerte
de Chéjov nada más terminar su obra y la lucha de Gutierrez por su vida, estos
días en el hospital. “El tiempo es lo
único importante. Creemos que la vida empieza mañana, pero el tiempo es este
instante. Quieres hacer algo hermoso. Y mañana has muerto. No hay que perder el
tiempo” –dice éste.
Inserto en la negrura por venir, la expresión “arroja una luz inusitada” llega desde
la reseña de las memorias de Sacks –Eduardo Lago/ El País/ 24.5- para iluminar
a todos: a Chéjov, a Gutiérrez, por supuesto a Sacks, del que Lago escribe
incluso “hay algo chejoviano en el
proceso de alquimia verbal con que Sacks torna la ciencia en literatura”.
La luz, tan contraria al pudor, aflora en el caso
de Sacks para abordar su homosexualidad. Y una sombra más ancha, que dibuja su
educación sentimental con un hilo, en palabras de Lago, que “es el convencimiento de que el amor
verdadero es algo que le ha estado vedado siempre”. Dotado de una
inteligencia prodigiosa y de una vida social en Nueva York a la altura de su
prestigio, Sacks vivió 35 años de abstinencia sexual.“Tengo la impresión de que me he mantenido siempre a cierta distancia
de la vida. Eso ha cambiado” –escribe al final del libro.
La luz que la proximidad del fin arroja sobre las
cosas las ha de dotar de un relieve nuevo, más nítido. Y eso tiene, en la versión
de Sacks, una claridad que suena tan real y ambigua como la declaración de Gutiérrez,
pues si perder el tiempo es necesario en cierta medida para no pensar que todo
lo que hacemos ha de tener un fin claro –lo que equivale a monetizar el
transcurso del día-, alejarse de la vida es un refugio de tentador acceso para
pasar por ella sin rozar algo del dolor inmenso de que consta.
Uno se reconoce en ambos: en quien odia perder el
tiempo y en quien se protege de lo que le rodea. De ambos fracasos declarados –querer hacer algo hermoso sabiendo que mañana
morirás, y aceptar la ausencia de amor- la primera suena a elección y la
segunda a renuncia. Si la primera puede llenarte pese a saberla de imposible realización,
la segunda es irrenunciable pese a que puedas compartir diagnóstico. Pues, para
quien como Gutiérrez, Chéjov y Sacks, la creación de algo hermoso es el
objetivo de una vida, la lección primera ha de ser entender que es justo la búsqueda
lo que crea esa belleza.
Al César le era advertido frecuentemente que moriría.
En Japón llegó a enterrarse a los abuelos y padres bajo el mismo suelo de la
casa que se habitaba para recordar sobre qué vive uno y qué le espera. Esa luz,
tan esquiva, que ni por escrito se atreve uno a encenderla gritando lo que ve
alrededor, los jardines que se talan, el amor que se tiene, o no.
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