Como en los documentales de Claude Lanzmann sobre el
holocausto judío a manos de los nazis, la obra doble de Joshua Oppenheimer
sobre el genocidio indonesio en la década de los sesenta –The act of killing
(2012) y The look of silence (2015)- se nutre de testimonios grabados décadas
después. Ese doble rasgo que le une a Lanzmann explica también la distancia que
les separa, y que se mide en tiempo: en el que tardó Lanzmann en editar y exhibir
sus siete documentales. Rodado durante once años, las nueve horas que dura Shoa
contienen también un viaje más sutil por el reloj: finalizada en 1984, cuarenta
años después de que el último de los campos de exterminio nazis hubieran
cerrado, no muchos de quienes aparecen en ella, para denunciar o para ser denunciados,
vivían para entonces. Y ese es el más temprano de sus documentales sobre el tema.
El siguiente tardó diez años más en ser terminado. Siete años después, había
dos más. Pero el siguiente tardó otra década en existir. El último data de
2013.
Los desdichados que aparecen en The look of silence han
de envidiar tanto los plazos compasivos de Lanzmann para con sus víctimas, como
agradecer que los documentales en los que se juegan la vida delante de la cámara
de Oppenheimer se proyecten hoy, en vida de muchos de quienes, genocidas
comprobados y confesos, siguen ocupando puestos de poder en Indonesia. Los títulos
de créditos al final de la película, llenos de anónimos cuya participación pone
en peligro sus vidas y las de sus familiares, amplia la lista de espectros en
manos de asesinos sin pizca de arrepentimiento y sí de orgullo o pueril coraje
de matón, y la proyecta hacia The act of killing, donde los genocidas, al recrear
sus crímenes como si de escenas cinematográficas se tratara, cuentan que los
asesinados por cientos de miles eran, a sus ojos, solo extras con sangre
intercambiable. En The look of silence, uno de los jefes de un comando
sanguinario dice haber mantenido la cordura solo gracias a que bebiera la
sangre de aquellos que mataba. Y ni por un momento uno duda de que esa forma de
cordura gobierna aún el país. Y de que la obra de Oppenheimer tantas posibilidades
tiene de servir de prueba ante un tribunal internacional, como de ser visto,
por los asesinos que salen en ella, como el guión de una secuela probable de lo
que ocurriera hace ahora cincuenta años.
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