A punto de entrar en el noveno año de recesión global, aunque
los ejemplos diarios de expolio financiero aún semejen los de quien trata de
arrancar de la pared cuanto se pueda, previo al naufragio, apenas dos páginas
consecutivas de un periódico dan para explicar lo exiguo que media entre la línea
de salida moral que Jose Viñals, consejero financiero del FMI, nombra como “la importancia de la ética del banquero,
qué hacer cuando nadie te ve”, y la meta inmediata que Joaquín Estefanía describe,
apenas unos centímetros más allá de la salida –“la Gran
Recesión transformó el concepto de visibilidad. Los invisibles habían sido
siempre los más pobres. Con las dificultades económicas, los que han tendido a
ocultarse son los privilegiados, para no ser objeto de indignación. Los signos
externos se exhiben poco. Esto ha cambiado con la aparición de la lista de los
82 de Bankia y sus compras suntuarias. En su mayor parte forman parte de esas
élites extractivas que se apartan de la obtención del bien común y dedican sus
mejores esfuerzos al propio bienestar y al del grupo al que pertenecen. Estas
élites elaboran un sistema de captura de rentas que les permite, sin crear
riqueza, detraer recursos en beneficio propio. Pero Acemoglu y Robinson,
activadores del concepto, también incorporan otro, paralelo: el de las
instituciones extractivas, que concentran el poder en manos de una élite
reducida y fijan pocos límites al ejercicio del poder.
Ese mínimo espacio, que es simultáneamente el que va de
juzgar invisible algo que en realidad no existe, da también para lo que el periódico
de ese día imprime entre ambas noticias: la sentencia de un juez que acaba de
dictaminar cómo la mutua que más dinero público maneja en nuestro país no tiene
“autoridad moral para despedir a una
empleada por ausentarse 3 horas, al ser un hecho público y probado que dicha
mutua debe 43,2 millones, atribuyéndole a sus directivos gastos en mariscadas,
viajes y demás derroches injustificados e injustificables”. No es
invisibilidad moral el doble rasero permanente, observable también en los
alegatos morales de un expresidente catalán, en las llamadas al sacrificio
salarial en boca de quienes, corrompidos por su proximidad al consejo de administración
de la que fuera mayor caja de ahorros de nuestro país, gastaban millones de
euros en tarjetas de crédito opacas, o en quienes, desde el partido en el
poder, gestionan la austeridad mortal mientras el tesorero del partido les paga
en negro el triple de su salario oficial. Es solo el hueco de algo que no existe,
la huella imposible de rastrear de una cualidad que ni la banca ni la política
parecen tener en sus balances.
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