Tres de las cualidades de
lo español tienen que ver, no con tanto sol como hay, sino con la inefable
capacidad para no ver lo que cualquiera vería. 1. El pinar por el que uno corre,
anexo a una de las zonas residenciales más caras de la ciudad, luce sembrado de
desechos de todo tipo imaginable, que uno solo entiende han de ser arrojados de
noche, cuando semejante destrozo a la vista no impida o chantajee el propio
acto vandálico. 2. No es infrecuente ver a coches saltarse semáforos, no cuando
acaba de ponerse rojo, sino cuando ya hay coches que han salido tras ponerse en
verde el suyo, como si éstos compartieran el destino caprichoso de quien decide
no ver su propio semáforo en rojo. 3. Si un vehículo recrimina a un peatón el
que éste se haya lanzado a cruzar por donde le place, o más explícitamente,
justo cuando el semáforo peatonal está en rojo, no pocas veces obtendrá de
vuelta un insulto acompañado de gestos que lo explican más allá del muro del
cristal del coche o el casco de la moto. Escribe Najara Galarraga en El País
4.10 cómo los huidos de Corea del Norte son acogidos, al llegar a su vecino país
del sur, en un centro gubernamental en el que, durante tres meses, son reeducados
para enseñarles a adaptarse a un mundo que hasta entonces no conocían. Y que va
desde aprender informática básica, a usar una tarjeta de crédito, entender qué es
una democracia liberal, la economía de mercado, qué implican las leyes o los derechos
humanos. El turismo de reeducación no funcionaría porque, antes o después, el
que asiste al balneario vuelve a su país y allí las normas siguen siendo las no
normas. La clave estaría, pues, en obligarles a quedarse allí donde son
reconvertidos en personas listas para reinsertarse en la sociedad. O de forma más
práctica, instalar el balneario allí de donde no compense o no se pueda volver.
El universo en expansión es una baza a favor. El teletransporte ayudaría también. Como empieza por tele, nadie sospecharía.
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