Hace unos años, un famoso locutor de radio clamaba desde
los medios haber sido estafado por su administrador, quien le habría robado millones
de euros. Lo peculiar venía al detallar, días después, en qué se había gastado
el estafador semejante renta: en sostener una revista de fútbol, patética por
defecto, que incluía premios anuales y su lujosa fiesta correspondiente. Todo
patrocinado por el desdichado locutor. Estos días se asoma a la prensa el padre
de un famoso jugador de fútbol, que, inmerso en la investigación de un fraude
fiscal por valor de 9 millones de euros relacionados con el fichaje de su hijo,
dice cobrar dos millones de euros anuales del club catalán que contratara a su vástago,
para ejercer de ojeador en Brasil. Un infeliz que roba para dilapidar en un proyecto
idiota. Un club de fútbol que estafa en aras de un proyecto que necesita de la misma
mitología que la región en que se halla. El sueño de la sinrazón, los mismos
monstruos.
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