Thomas Bernhard,
que se habría ganado la vida como afilador sin necesidad de rueda en que apoyar
la hoja, con solo pasar los cuchillos por su lengua (y tiene un libro de
relatos con un título parecido), legó entre sus méritos póstumos el haber
dejado listo para publicar el libro que acaso no pocos de quienes le trataron
hubieran puesto sobre papel acerca de sus infatigables dones para vivir en
conflicto con el mundo. Escrito contra las estructuras que concedían premios en
el tiempo en que le correspondió ganarlos mientras cargaba contra ellos, es
justo ese libro el que, adaptado por Évelyn Arévalo y Pep Tosar, puede verse en
La Abadía estos días, nombrado Con la claridad aumenta el frío. Y que es,
lanzado Bernhard contra sí mismo al lanzarse contra lo que los premios
nombraban, ese otro don infrecuente: el del lanzador de cuchillos reconvertido
en tragasables.
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