En uno de los paneles de
la exposición Mediterráneo, estos días en el CaixaForum de Madrid, se lee cómo,
en un momento de la historia de la Grecia clásica, los escenarios que antaño vieran
la tragedia de Medea, Ajax o Antígona, acogieron a quienes, para poner en
entredicho la ascendencia de los dioses sobre los hombres, recreaban escenas del
Olimpo en las que sus habitantes encadenaban torpezas, estupidez o mezquindad
comparables a las de sus súbditos. Así, el lugar para el que Sófocles imaginara
a Edipo, víctima de maldiciones sin fin, y en el que Eurípides inventara un
deux et maquina que a última hora salvaba al héroe sin más recursos a esa hora,
pasó a mostrar a los dioses que regían tanta crueldad, impunidad e injusticia,
como vieran esos mismos escenarios, de la única forma justa: como unos seres que
solo podían alentarla sintiéndola como nosotros, es decir, siendo nosotros.
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