Aunque escrita en 1940, Eugene O´Neill prohibió la
publicación y representación de Largo viaje del día hacia la noche hasta
transcurridos 25 años desde su muerte. Solo tres esperó su viuda, y así, cuando
la peripecia de los Tyron fue finalmente estrenada en Estocolmo en 1956, en esa
casa del sur estadounidense llevaba un año viviendo otra familia, la de los
Pollitt, que Tennessee Williams pusiera ahí en su Gata sobre el tejado de zinc
caliente. Si en la obra de O´Neill el patriarca James y sus hijos Jamie y
Edmund pugnan por ocultarse unos a otros la recaída en la adicción de su madre,
Mary, a la morfina, en la de Williams el patriarca Big Daddy se muere de cáncer
sin que sus dos hijos, Brick y Gooper, quieran decírselo.
Si en la primera, la tuberculosis de Edmund es un secreto
a voces, en la segunda la velada homosexualidad de Brick no escapa a la mirada
del resto, por mucho que trate de guardarla en botellas de alcohol previamente
vaciadas. Para quien no quiera ver en ambas las más logradas obras de sus
autores respectivos, puede ver el más fiel retrato de quienes las escribieran:
como Brick, Williams fue alcohólico y homosexual en un tiempo en el que lo
primero era un signo de hombría y lo segundo, un tabú. Como Edmund, O´Neill era
hijo de un actor y una madre adicta a la morfina. Como Jamie, sufrió depresión
y alcoholismo. Lo que termina de unirlas viene también de la vida real de sus
autores: la lobotomía autorizada por los padres de Williams, que dejó incapacitada
a su hermana Rose, prefigura el destino de Edmund el tuberculoso en manos de su
padre, tan acaudalado como avaro. En el hospital público al que le enviara esperan
ya los mismos doctores a los que Williams odiara.
Mario Gas pudo haber sido todos los O´Neill que éste
pusiera en su obra: tras serle ofrecido el papel de Edmund, y el de Jamie años
después, sería finalmente James Tyrone en 2014, en el teatro Marquina. O´Neill
debía saber que nunca es peor actor James Tyrone que cuando, en boca de un gran
actor, dice haber vendido su alma a cambio de dinero, a Shakespeare por justo
lo que éste dejara en vida: una colección de firmas en registros de propiedad.
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