05 octubre 2014

hijos del catarro



Aunque escrita en 1940, Eugene O´Neill prohibió la publicación y representación de Largo viaje del día hacia la noche hasta transcurridos 25 años desde su muerte. Solo tres esperó su viuda, y así, cuando la peripecia de los Tyron fue finalmente estrenada en Estocolmo en 1956, en esa casa del sur estadounidense llevaba un año viviendo otra familia, la de los Pollitt, que Tennessee Williams pusiera ahí en su Gata sobre el tejado de zinc caliente. Si en la obra de O´Neill el patriarca James y sus hijos Jamie y Edmund pugnan por ocultarse unos a otros la recaída en la adicción de su madre, Mary, a la morfina, en la de Williams el patriarca Big Daddy se muere de cáncer sin que sus dos hijos, Brick y Gooper, quieran decírselo.
Si en la primera, la tuberculosis de Edmund es un secreto a voces, en la segunda la velada homosexualidad de Brick no escapa a la mirada del resto, por mucho que trate de guardarla en botellas de alcohol previamente vaciadas. Para quien no quiera ver en ambas las más logradas obras de sus autores respectivos, puede ver el más fiel retrato de quienes las escribieran: como Brick, Williams fue alcohólico y homosexual en un tiempo en el que lo primero era un signo de hombría y lo segundo, un tabú. Como Edmund, O´Neill era hijo de un actor y una madre adicta a la morfina. Como Jamie, sufrió depresión y alcoholismo. Lo que termina de unirlas viene también de la vida real de sus autores: la lobotomía autorizada por los padres de Williams, que dejó incapacitada a su hermana Rose, prefigura el destino de Edmund el tuberculoso en manos de su padre, tan acaudalado como avaro. En el hospital público al que le enviara esperan ya los mismos doctores a los que Williams odiara.
Mario Gas pudo haber sido todos los O´Neill que éste pusiera en su obra: tras serle ofrecido el papel de Edmund, y el de Jamie años después, sería finalmente James Tyrone en 2014, en el teatro Marquina. O´Neill debía saber que nunca es peor actor James Tyrone que cuando, en boca de un gran actor, dice haber vendido su alma a cambio de dinero, a Shakespeare por justo lo que éste dejara en vida: una colección de firmas en registros de propiedad. 

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