19 junio 2010

Lo mejor que no tenemos


En ¿1997? yo trabajaba en una agencia de las varias que fueron invitadas a participar en un concurso para la adjudicación de una campaña de publicidad que diese a conocer la Exposición Universal a celebrar en Lisboa, en 1998. Y a uno se le ocurrió como prescriptor a Saramago, que ya entonces vivía en Lanzarote y que, en eso, sonaba a solvente anunciante de su país entre nosotros, desde el conocimiento, acaso el amor, de ambos. Ya en los últimos días previos a la presentación, cuando según qué información sólo podía servir a esas alturas para hacernos acudir más frustrados, de algún lado llegó el dato de que Saramago no estaba en Lanzarote por amor a los volcanes, sino como resultado de la erupción católico-paleolítica que en su país había originado la publicación del Evangelio según Jesucristo. Ni ganamos el concurso ni el texto que yo escribí simulando su voz, impreso en un anuncio de los varios que formaban la propuesta, llegó a parte alguna. No recuerdo el grado de vergüenza con que en esos días llegué a desatino semejante, o si aspiraba a conocerle, acaso a pedirle perdón. Este es el anuncio en cuestión, es una cosa mediocre, pero al menos somos afortunados y no contiene el texto que yo escribí como si él, sino la versión general que iba en el resto de piezas. También es la demostración de esa verdad del escritor pequeño: uno empieza a parecerse a los grandes a base de poner en sus textos justo las palabras que aquellos quitan de los suyos. Descansen en paz. Ambos.

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