09 junio 2010
Apunte
Puesto un espejo delante de la máxima “un hombre, un voto”, refleja también que lo que se votan son mayormente rostros y no ideas. Sólo así se explica el continuado apoyo a según qué ralea de dirigentes aquí y allá. Desde fuera del espejo, desde donde usted y yo contemplamos la política, se entiende porque, de tener que apoyar ideas, qué rostro se atrevería entonces a pedir el voto. Peor lo tienen, aún así, dentro del espejo, donde, de tanto creer que los programas viven encarnados en sus portavoces, fácilmente llegan a ver aquellos en éstos, la fluidez de una razón en el sudor de quien la defiende. Carga la oposición, en cualquier parte del mundo, contra la muralla del partido que gobierna, pero sólo después de que aquel haya impreso en cada piedra el rostro de su máximo dirigente, y así lo que te sirvió para ganar el castillo te ayuda a perderlo más tarde. Las ideas tienen flancos más sólidos, más quién fabrica arietes contra ellas si puedes embestir contra quien las ha sustituido a ojos del mundo por su magnetismo, su integridad, su compromiso personal.
Publica la fotografía de arriba El País, ayer. El del centro es kim jong-il, rey de corea del norte, rodeado por los que han de ser generales o ministros, entre los que asoman, de azul, acaso secretarios o ayudantes de todos los anteriores. Todos, menos el monarca que se sostiene a sí mismo, sostienen cuadernos de notas y bolígrafos, con lo que la visita a las instalaciones que detrás asoman, suena a clase magistral, donde todo cuanto aprender se pueda ha de venir, por fuerza, de las máximas que vaya desgranando su eminencia. Que un general, un ministro, un ayudante, cualquiera, contemple y corrija el mundo a través de los ojos de una sola persona es sospechosamente poco fiable, incluso antes de leer ni cien palabras sobre el estado social y económico de corea del norte. Pero es engañoso pensar que semejante y pavorosa sumisión necesita de una dictadura para darse. Uno observa estos días –cualquier día, en realidad- las declaraciones de generales y ayudantes de los dos grandes partidos de nuestro país y puede sustituir la figura de kim jong-il por la de cualquier ciudadano llamado a votar en un par de años. Para que dejen de apuntar y luego declamar la sarta ubicua de sandeces, bastaría con dejar de pronunciarlas cada cuatro años, cada vez que nos piden la opinión.
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