01 abril 2008
testamiento
Si cabe prever para la idea de herencia una comprensión honda, uno diría que este país, en el que nadie cede la responsabilidad completa de una tarea a no ser que le estén matando, es el lugar idóneo. Recogen hoy los periódicos el anuncio de cierto nombramiento político en las filas del segundo partido más votado, y a cuenta de la renovación que ello supone se cuentan ya los bosques que, vienen como en Macbeth, a plantarse cuando no, como se advierte desde no pocos medios, a ofrecer sus brazos para que puedan ahorcarse los nombrados y quien los nombrara. Cargan los iracundos con la herencia que dicen dilapidada, y olvidan que, cedida con todas sus consecuencias, el uso que se le dé es responsabilidad exclusiva del muerto y de quien se quedara sobre el mundo para administrarla. Es el muerto el que clama –dirán algunos con razón. Pero es que nadie que reciba una herencia debería dejar, primero, de visitar la tumba de su benefactor. Para asegurarse. En cualquier caso, si no le gusta Macbeth, van directos a esa otra comedia de final feliz que es Hamlet.
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