22 mayo 2007
La garrota de Ipanema
Contaba el padre de uno cómo, delante del cura del día, en su despacho, cuando la comunión, y a la pregunta de cuántos dioses hay, uno dio en contestar dos. Que es la respuesta más cuerda –y aún escasa- uno lo sabe hoy, aunque entonces la herejía fuera producto de la sospecha inocente de que si eso preguntaba habría de ser por algo. Si uno pudiera haber elegido la pregunta, hubiera pronunciado esta: ¿Cómo puede un hombre que no sabe lo que es amar a una mujer saber cuántos dioses hay? Uno no podía sospechar entonces que lo que uno sabe, o llegará a saber, no necesariamente nos llega por sedimentación, por saberes que se acumulan unos sobre otros, los más hondos a hombros de los más fugaces, paradójicos, cambiantes. Si yo fuera dios supongo que esperaría a manifestarme en alguien que supiera de la vida cosas previas, instrucciones necesarias para el manejo sensato de las que afectan al resto. Como si adoctrinar fuera sólo la ignorancia del índice de aquello cuyas piezas no hay, a partir de eso, forma alguna de ensamblar como dios manda. Esta mañana caminaba uno a escasos metros de aquel despacho en que dios pasara de trino a binario, cuando uno escuchó la palabra “garrota” a sus espaldas, me giré y ahí estaba aquel párroco. Caminaba apoyado, como yo, en esa idea estricta, tallada en madera mala, de lo que no sabemos y por lo que siempre hay alguien dispuesto a preguntarnos.
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