30 mayo 2007

caminante, no hay vestuario

Se intuye –probablemente se tiene la certeza- que quienes abren su pecho hoy para mostrar la herida mortal que amenaza desangrar españa si pronto no lo impiden, dejarían en la puerta sus llamadas al Apocalipsis un minuto después de sentir en la mano la llave que la abre. ¿O hay alguien que crea que, llegados al gobierno, éste sería declarado uno de salvación nacional, como hoy pregonan? No, no es, ni por asomo, lo que puede temerse desde las posiciones de enfrente al encarar tal posibilidad, que es la de que realmente sus principales sean lo que aparentan, pues ni siquiera el más dotado de entre sus visibles para simular profundas fallas en su inteligencia fue, durante sus años de gobierno, la figura que hoy asoma a los medios –a no ser aquello espejismo que hoy lo esporádico revele a la luz buena. Asumida, garantizada la más o menos estabilidad –siempre es más o menos- gane el que gane, nada inquieta como las formas con que se acaba mereciendo aquello, lo que del fin dicen los medios empleados. Justo antes de esa meta, apenas previa unos centímetros, esa otra normalidad que ha de suceder, antes o después, espera en unos vestuarios, allí sitos. Y en ambos casos el traje que uno deja vale al otro. Se sabe y si nadie lo dice es porque el cascabel que se le habría de poner al gato -en caso de decir que para qué tanto escándalo si nada cambia a la postre de unos a otros- es el de la serpiente que el otro bando esgrimiría acto seguido. Su cola es, por otro lado, por los dos lados, una que permite el mordisco justo, de puro exiguo el margen que la economía global -anudadas alianzas políticas y comerciales con servidumbres locales- permite apenas maniobrar el timón unos milímetros respecto al rumbo previo, y más en países inmersos en una senda continuada de prosperidad, y donde el bipartidismo carece, en un lugar de ovejas, por demás, de lobo al que temer. Uno puede jurar que el paisaje que ve a través de sus ojos es distinto del que ve el que lo observa un metro más allá, y esa convicción es todo lo que se requiere para jurar existe a la salida de ese vestuario un mundo distinto al que se hallaba ahí al entrar. Uno sólo ha espiado una vez el interior de un vestuario, fue hace muchos años, y a través de ciertas raspaduras en el cristal que nos separaba del vestuario femenino, uno veía fugazmente desnudas a quienes eran unas al entrar, vestidas de una forma, y otras al salir. En medio eran lo que debían ser, lo que uno sabía entonces, y sólo entonces, que eran. Quizá porque sólo entonces, en la bruma del vapor que desnuda incluso la desnudez, eran iguales, exactamente iguales.

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