Apenas unas páginas separan, en El País 13.5, dos de los pasillos posibles que llevan de dios al hombre y viceversa: se lee de la adaptación de La Illiada por parte de Alessandro Baricco, quien, para poder leerla, en tres noches, durante catorce horas hubo de acelerarla: “una historia bellísima que tiene también su paso lento, que nos impide reconocer cosas que en Grecia eran importantísimas, pero que para nosotros no lo son y entorpecen el paso”. Conecta Baricco en la entrevista con la pervivencia de los dioses hoy: “parece que la imagen de dios responde a una nostalgia de algunos por una figura distante, severa, lejana. Muchos tienen necesidad de eso, y la Iglesia apuesta por ello”. Dios como relato –no sólo una visión laica de los Evangelios lo sugiere- realiza así un recorrido circular que viaja continuamente, se lentifica más si cabe, desde tiempos donde su lectura es imposible tal la obligan, a las formas –literales, antiguas, momificadas en sus metáforas- que en tiempos anteriores al cristianismo produjo a Homero, atravesado, recreado hoy por Baricco –guste o no- para poder llegar así a miles de personas que de ninguna otra forma sabrían de la epopeya troyana.
Mezcla también de los pies de un recorrido con la cabeza de otro, la segunda visión es la de un artículo acerca de la búsqueda de dios en nuestro adn. De Dean Hammer, genetista: “La espiritualidad es una de nuestras herencias básicas. Es de hecho, por predisposición genética, un instinto”. Que sea un don animal ya es, desde lo alto de la cruz en que Darwin observa, suficientemente irónico, y Andrew Newberg añade dos clavos: “El cerebro nos da dos funciones básicas: automantenimiento y autotrascendencia. Nos ayuda a adaptarnos y cambiar a lo largo de la vida. Justo las funciones básicas que también proporcionan la religión y la espiritualidad”. Hammer de nuevo: “Los genes de dios mejoran nuestra capacidad de supervivencia, prolongan la vida, añaden sentido del optimismo”. Newberg: “Somos esencialmente una máquina creyente porque no tenemos otra opción”. Describe el artículo cómo el gen tal -VMAT2- controla el uso de un grupo de neurotransmisores, entre ellos la dopamina y la serotonina, dos moléculas asociadas al placer y la felicidad y también con sus reversos: la adicción y la depresión.
O el viaje áspero, de nuevo, desde Homero a la letra incomprensible de la Iglesia.
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