13 mayo 2007
Antes de la herida, delante de los ojos
Acerca del anuncio de que fumar penalizará la clasificación moral de las películas estrenadas en Estados Unidos, se lee hoy en El País que según diversos estudios, ver fumar en la pantalla triplica el riesgo de los adolescentes de probar el tabaco. Sabemos así, sin necesidad de esperar una semana, que Javier Marías publicará en El País del domingo 20 de mayo algo parecido a que el derecho a correr detrás de un cáncer es uno sacrosanto e individual. Tanto como pueda serlo, por ejemplo, sentarse a oscuras en una sala y pretender que nadie más ve la misma película que uno, aunque esté sentado entre cientos de pruebas de lo contrario. Tiene razón, por supuesto, aunque eso no tenga nada que ver con lo que se juzga y trata de prevenir aquí: que en la sala, expuestos al mismo instinto suicida que él, hay quizá niños y adolescentes a los que la más elemental norma de salud pública ha de tratar de proteger. Ha de ser difícil tratar con un drogadicto del efecto que sus actos tienen en quien quizá los observa con ojos dispuestos a mimetizar lo observado a la mínima que se le permita, y eso explica que las entromisiones en el derecho de uno a permanecer ajeno a contaminaciones de todo orden –tema que, por cierto, nutre no poca obra de Marías- permita, a sus ojos, la bula de pasear –apestar es un termino más real si imitamos su indignación en otras áreas invasoras de la privacidad- el derecho a propagar el tabaquismo como una opción tan saludable como la que más. Es sólo cine –por dios- ha de clamar el arrinconado, para el que esa libertad individual es una forma de arte a la que bastara para legitimar el darse a oscuras, dentro, donde nadie más puede entenderla. Por eso cuando Marías escribe acerca del derecho a fumar está hablando de arte, del derecho a exhibir un argumento que es sólo el de la película de nicotina que acumula capas, dentro de él, como quien críticas buenas. Y si es arte ¿por qué pretender, pues, normativas, teorías, estudios, análisis que lo juzguen? ¿por qué, incluso, una ética, una separación de lo que, por mucho que guste a uno, es socialmente un tumor, algo a evitar, a eliminar? Es tan sencillo como entender que la norma aprobada en Estados Unidos no habla de él, no se dirige al desahuciado -y hace bien- sino a prevenir el contagio en quien no tiene la culpa de que gente como el primero venda como hábito normal lo que es una forma de podredumbre a cualquier nivel que se lo juzgue. La ironía –el único subtítulo gracioso en esto- es que, en alguien que gasta no poco tiempo en fustigar lo que las iglesias hacen del mundo, en realidad a lo que se refiere Marías es a que la libertad individual es, enfrentada a lo que el mundo diga, una probeta blindada, un altar -diríamos. En ello su idea del sacrificio ajeno, también sacada de una película de terror.
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