02 mayo 2007
idaho, utah, gijón
En Idaho y Utah Albert Espinosa actúa en la obra escrita por Albert Espinosa, nada anómalo hasta que se advierte que el autor de la obra carece de una pierna, e igual el personaje. Más aún: que la pierna de menos aglutina buena parte del meollo de la historia y la casi totalidad de las frases del actor que se apoya en ella. Sólo es anecdótico hasta que la muleta se convierte, multiplicado, en muletillas, y la pierna postiza, a fuerza de chistes acerca de ella, se esfuerza por hacer postizo el argumento, que lo tiene y espléndido: en una sociedad que ha descubierto la forma médica de vivir privados de las horas de sueño, un hombre se despide de aquellos que tuvieran que ver con tempranos dormires, e inevitablemente con la idea del sueño como deseo. Hay dramatismo en los tres encuentros y la pierna invisible lo engrasa todo con aceite de risa, pero la sensación de haber insertado en la obra el discurso de un concursante de monólogos permea hasta añorar un mayor autocontrol sobre el personaje que el Espinosa intérprete –reído hasta el llanto- tiene por ello muy difícil reprochar al Espinosa autor. Es raro pensar que otro actor hubiera sido mejor para la obra, como intromisión en la visión del autor el razonar que el argumento –despedirse de los sueños en aras de una mayor productividad laboral y del sueldo que conlleva- hubiera hallado un más hondo acomodo en personajes de edad más avanzada, de sueños más horneados, pues Andreu Rifé aparenta menos años de los que ha de tener, y pasearle en pijama no ayuda a compensar eso. Quizá de haber visto la película que al parecer comprime la obra –Planta 4ª, dirigida por Antonio Mercero- quien asiste a ella pueda ver en el perfil de los personajes salidos de un lugar común -el hospital- un rasgo que añada, en sufrimiento, a los deseos el drama de la madurez que uno no ve. Si al menos Aitana Sánchez-Gijón se sentara en cada representación delante de uno, como ocurrió, la cosa sería menos grave, el teatro y el mundo menos cojo.
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