Shakespeare,
que vivió en un tiempo en que las compañías reclutaban gente de la población a
que llegaran para interpretar pequeños papeles, habría visto como natural que
el asistente de dirección ocupe el puesto del protagonista principal, y más
aún, que la razón sea que el actor principal –Richard Burbage entonces, Alexander
Feklistov en el montaje de Cheek by Jowl estos días, en el María Guerrero- sea
devuelto a su país nada más bajar del avión por su actitud durante el vuelo. Es
así como, si nadie viene a decírtelo, el asistente de dirección de esta producción
del Barbican londinense y el Pushkin moscovita puede pasar por el Duque sin
mayor problema, sin que acaso tu memoria lo relacione con el hecho de haber
visto, media hora antes del estreno, cómo uno de los miembros del equipo pasea,
texto en mano, como si acabaran de darle el papel. Pasa la compañía junto a ti,
en el bar, tras la función, y solo entonces el duque parece, de forma tan obvia,
el asistente de dirección Kirill Sbitnev. Y sin embargo vienes de una función perfecta,
nítida y grácil, que fluye con una claridad gozosa que uno no recuerda haber
sentido en anteriores versiones de Medida por medida.
Poco
desentona, por demás, en una obra en la que el personaje principal la atraviesa
disfrazado de monje para poder, así, observar cómo se desenvuelven sus súbditos
en sus ausencia. O en la que el personaje de Ángelo, una suerte de inquisidor clásicamente
a merced de sus instintos cuando nadie mira, recuerda a Putin a poco que uno le
observe. Doce meses exactos desde la magnífica Ubu Rey y ocho años después de que
Donellan y Ormerod trajeran a este mismo teatro una luminosa y festiva Noche de
reyes, interpretada también por un elenco ruso, la categoría en que Medida por
medida suele ser encajada –una de las tres Problem plays de Shakespeare- es, en
manos de Donellan, apenas un problema clásico: la elección adecuada de quién se
baja de un avión o de su casa para dirigirla.
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