19 septiembre 2014

balcón a ningún lado



Quizá porque ya las dos obras de Vargas Llosa representadas en el Español en los últimos tres años han contado de cierto quijotismo lo que ya podían contar –en La chunga, el secreto propio como excusa de la ensoñación ajena; y en Kathie y el hipopótamo, el refugio en la ficción de un relato para sobrevivir a otro más áspero- este Loco de los balcones es solo la acotación a ambas. Y de paso, escasamente teatro. Asombra que nadie lo haya dicho en voz alta a tiempo de parar el despropósito. O al menos de haberlo parado antes de las casi dos horas que dura el evento. La acción es mínima y previsible, y el resto es acotación a lo que es obvio a los cinco minutos del relato. Fatigosa, interminablemente repetitiva en torno a lo que es, en su lección moral, mucho más claro material de columna de un periódico, como presunto teatro cansa y aburre sin remedio. Desperdicia a Sacristán, ensalza una parte, escasamente gloriosa, de la obra de Llosa que debiera quedar para estudiosos, y pone en un escenario lo que no pertenece a él. Y ni siquiera queda el consuelo, como ocurría con Ana Belén en Kathie, de escuchar cantar a Alberto Frías a pleno pulmón. 

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