Como en todo relato sobre alguien que hace música
básicamente para él mismo, la historia es la de quien le escucha. En A propósito
de Llewyn Davis, éste canta para audiencias que van de dos a veinte personas, pero
nunca es mejor que cuando pierde a solas: primero, ante el empresario encarnado
por F. Murray Abraham. Después, ante su padre postrado en una silla, en una
residencia. Y si la derrota que duele es la primera, también es la más valiosa,
pues es la forma exacta en que el protagonista –alguien que sabe que podría
cantar otra cosa… con solo ser otra persona- elige ganar. Contada la propia
película a partir de su final, el propio protagonista podría pensar que si esos
son sus más logrados finales, quizá recomenzar a partir de ellos merezca la
pena.
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