En una fotografía de una avenida de Homs, en Siria, tomada
hace unos días, que publica El País 29.12, entre las ruinas devastadas por las
bombas de cuanto edificio se ve no es fácil advertir a dos personas que caminan
entre los escombros con la naturalidad de quien lo hiciera, vestido igual, por
Marte. Publicada en la sección de economía, también serviría para describir la
costumbre con que la vida resiste a la devastación, como si fuera inevitable. Por
los amasijos de los últimos 6 años transitan, como espectros diarios,
invisibles ya a fuer de saberlas, las discretas cifras del Apocalipsis que los
periódicos condensan estos días de recuentos: escribe Joaquín Estefanía que “en Grecia el ingreso medio de las familias
ha caído un 40% desde 2007, un porcentaje sin comparación en tiempos de paz.” Añade
José Carlos Díez que “Grecia tendrá que
crecer más que China el próximo lustro para impedir que la deuda pública deje
de crecer”. Escribe Claudi Pérez que
“seis años después del comienzo de la gran recesión, el número de británicos
que acuden a instituciones benéficas se ha multiplicado por veinte. Los niveles
de pobreza han escalado a máximos desde 1997. En España, Caritas atiende a 1.3
millones de personas. En Grecia ha retornado la malaria y la peste. En 1968 el
primer ejecutivo de General Motors ganaba 66 veces más que un empleado medio.
El presidente de Walmart gana hoy 900 veces más. Recuerda M.A. Sánchez-Vallejo
que “el paro en Grecia y España ronda,
respectivamente, una de cada cuatro personas en edad de trabajar. Dos de cada
cuatro menores de 24 años. En Grecia tres de sus once millones de habitantes
han perdido el acceso a la sanidad pública. El 35% de su población está en
riesgo de pobreza o exclusión social. Uno de cada diez votos serían para un
partido nazi, de celebrarse hoy elecciones.” Algún día alguien escribirá
que los supermercados, los smartphones, el fútbol, las pensiones salvaron a
Europa de un conflicto armado o una revolución. El sueño de una guerra sin víctimas
civiles ha acabado siendo, hoy, el de millones de cadáveres sin guerra a la que
deberse.
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