17 enero 2014

abocalípsis


En una fotografía de una avenida de Homs, en Siria, tomada hace unos días, que publica El País 29.12, entre las ruinas devastadas por las bombas de cuanto edificio se ve no es fácil advertir a dos personas que caminan entre los escombros con la naturalidad de quien lo hiciera, vestido igual, por Marte. Publicada en la sección de economía, también serviría para describir la costumbre con que la vida resiste a la devastación, como si fuera inevitable. Por los amasijos de los últimos 6 años transitan, como espectros diarios, invisibles ya a fuer de saberlas, las discretas cifras del Apocalipsis que los periódicos condensan estos días de recuentos: escribe Joaquín Estefanía que “en Grecia el ingreso medio de las familias ha caído un 40% desde 2007, un porcentaje sin comparación en tiempos de paz.” Añade José Carlos Díez que “Grecia tendrá que crecer más que China el próximo lustro para impedir que la deuda pública deje de crecer”. Escribe Claudi Pérez que “seis años después del comienzo de la gran recesión, el número de británicos que acuden a instituciones benéficas se ha multiplicado por veinte. Los niveles de pobreza han escalado a máximos desde 1997. En España, Caritas atiende a 1.3 millones de personas. En Grecia ha retornado la malaria y la peste. En 1968 el primer ejecutivo de General Motors ganaba 66 veces más que un empleado medio. El presidente de Walmart gana hoy 900 veces más. Recuerda M.A. Sánchez-Vallejo que “el paro en Grecia y España ronda, respectivamente, una de cada cuatro personas en edad de trabajar. Dos de cada cuatro menores de 24 años. En Grecia tres de sus once millones de habitantes han perdido el acceso a la sanidad pública. El 35% de su población está en riesgo de pobreza o exclusión social. Uno de cada diez votos serían para un partido nazi, de celebrarse hoy elecciones.” Algún día alguien escribirá que los supermercados, los smartphones, el fútbol, las pensiones salvaron a Europa de un conflicto armado o una revolución. El sueño de una guerra sin víctimas civiles ha acabado siendo, hoy, el de millones de cadáveres sin guerra a la que deberse. 

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