Con
la naturalidad de lo evidente, el segundo cojín que la marca ha impreso como pareja
de éste, es ya inencontrable en la tienda. Con parecida familiaridad, el perímetro
del respaldo del sillón en el que Enrique VIII descansa desde hoy en el salón,
mide exactamente lo mismo que la barriga de éste en sus últimos años de vida. Dos
destinos le esperan: mirar a cuanta mujer se siente en el sofá, a su izquierda.
Y acudir al rescate, es decir, a prestarse a pegar su cara al culo del
invitado, cuando un amigo venga a lamentar su suerte sentimental. La monarquía,
tan ornamental, tan henchida, tan ese reverso color nada.
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