25 junio 2012

Los libros propios que escribe otro

El clima social y el desarme de la izquierda son muy propicios a ese programa intensivo de panem et circenses (y más bien lo segundo que lo primero) que políticos de toda laya y los medios escorados a la derecha (que son casi todos) parecen haberse puesto de acuerdo en bendecir como bálsamo para el desastre. Y pobre del que no siga la corriente: como explica Marc Perelman en Le sport barbare (Michalon), un libro valiente y comprometido que no parece haber interesado a los editores españoles, el deporte constituye el último tabú. A pesar de las explicaciones de ciertos intelectuales integrados, el deporte no canaliza la violencia, sino que a menudo la crea y disemina: con demasiada frecuencia vemos a la masa gregaria entregarse sin freno a las pulsiones chovinistas, xenófobas, racistas y homófobas despertadas por el nuevo opio del pueblo, mientras continúa narcotizándose la vieja capacidad de los individuos para rebelarse contra la injusticia o protestar contra la misma corrupción y opacidad de las estructuras deportivas globales. El deporte mundializado, convertido en la más respetada religión universal del siglo XXI, legitima el orden establecido, cualquiera que sea: por doquier, “la nación”, explica Perelman, “ya no es un pueblo, sino un equipo; no un territorio, sino un estadio; no una lengua, sino el bramido de la hinchada”. Pero, sobre todo, funciona como una especie de totalitarismo blando que invade y permeabiliza toda la actividad (y hasta el pensamiento) de sociedades en las que se diría que constituye el único proyecto colectivo capaz de galvanizar a los ciudadanos. 

–Manuel Rodriguez Rivero, ayer en El País.

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