Muere Ray
Bradbury como demostración de que la muerte no es menos hábil hallando el
escondite de los vivos que el fuego a la hora de localizar libros que quemar. Cuando,
a principios de los noventa, uno tuvo que elegir un nombre al que anclar la dirección
de correo electrónico escogí en su lugar un escondite –Montag. Es decir, el nombre
del bombero inventado por Bradbury que empezaba su novela Fahrenheit 451 como
eficaz miembro de una brigada encargada de localizar y quemar libros, y la terminaba
oculto en un bosque, junto a otros huidos, destinado a preservar, memorizándolo,
un libro de su elección, acaso el que fuera a morir pronto al hacerlo su
portador, en la casa de al lado. Es razonable pensar que elegí ese nombre para
vengarme, en defensa propia, del papel nulo, mal visto incluso, que la literatura,
como toda forma de gran cultura, tenía y supongo que tiene aún en las agencias
de publicidad. La alternativa al fuego no es necesariamente la memorización,
asi que ha de ser mera justicia que el día que Bradbury es incinerado (pidió
reposar en Marte) uno recuerde tan nítidamente a ese Quijote encargado de
salvar los molinos, tragándoselos. También ese otro prodigio: acordarse de él
en una película en la que sale Julie Christie.
1 comentario:
montag...
si lo he leído en un reportaje. y ahora aquí. :)
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