23 septiembre 2007

Noticia de un suspenso

Contienen los periódicos de hace años, leídos hoy, el familiar rostro de lo que el periódico de ayer o de mañana cuenta se pelea, se pierde o se gana como si el tiempo tampoco pasase por las causas vivas. Es en mitad de esa lectura que uno recibe la llamada de un compañero del colegio al que no lee desde esos veinte años casi, y es en buena medida un parte de bajas o recaídas que huelen a abismo: los tarambanas de entonces a los que el alcohol, la cocaína o la destilación diaria de otras idioteces ha mutado en espectros de densidad variable pero a la baja. A la vez uno escucha de cómo los brillantes de la clase lo eran fuera de ella socios de una guardería opusina o similar –comunión y avance, creo que ha dicho. Éste pasó por la cárcel, aquella es yonki, éste se asoció con un pedófilo, aquel es un ascensor a todo lo anterior. Uno siente a veces cierto desarraigo porque sus mejores amigos de clase son el mismo –uno, aunque grande y libre, felizmente- y es una rara afirmación de tan escaso logro el saber de esas vidas malogradas que nadie llegó a tiempo de preservar, de aislar del resto de empeoramientos, para que al menos no tendieran hacia ese tono amarillento, de momia entre los vivos, que tienen las noticias cuando, al mal que cuentan, se suma la exposición al paso de los días. En el empeño por la autodestrucción, le recuerdan a uno a esos periódicos que, presumiendo, por cierto en ocasiones, de presencia en la clase, sólo hallo explicable si quienes los redactan lo hacen entre ingestas de tóxicos o esas comuniones ideológicas que son sólo otros hongos.

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