02 septiembre 2007
donde el café, 3
Hay que bajar al laberinto de túneles que es una mina de sal transformada en catedral para creer, aunque sea en una trinidad de ingenieros. En Zipaquirá, a 30 kms. Al norte de Bogotá, galerías de veinte metros de alto, quince de ancho y cientos de metros de largo han sido repensadas para ilustrar, primero, las estaciones del vía crucis y más tarde las naves de una catedral de proporciones y austeridad inconcebibles: uno camina por un túnel en el que la luz apenas da para verse los pies cuando a un lado se abre un espacio de profundidad abisal que se intuye más que se aprecia. Hecha de la misma sal que todo lo demás, las cruces son, en su tonelaje descomunal, apenas jilgueros aquí. La sal de la tierra se abre revelando una de las galerías excavadas transversales a la que caminamos, y que semeja un sepulcro gigantesco, frío y vacío que se repite cada veinte metros. La cualidad de tumba es la misma desde la primera de las capillas, y es un caminar hacia la metáfora que linda la cruda posibilidad de lo meramente humano, pues cuanto más cerca del cielo el símbolo, más profundo en la tierra quien lo recorre. Se desemboca en naves de una catedral privada de sillares, cúpulas, ábsides, cristaleras, frescos o esculturas. En el altar mayor se celebran misas y ópera. Bastaría una mera gota de agua dulce en la pila bautismal para dejar en ella un agujero. No hay un solo sepulcro a pesar de que quienes construyeron los túneles debieron dejar no pocos muertos en el camino. El guía explica que los escasos ornamentos que no se hicieron de la sal hubieron de ser troceados fuera y ensamblados dentro, en esta semipenumbra, como la religión en las catedrales de verdad. Es una iglesia estanca, impenetrable, sin salidas cercanas, bañada en la belleza de las trampas mortales, un lugar menos para los cuerpos que para las almas. Se diría que buscando un lugar de dios les haya salido uno para la mitología, un templo para minotauros, pues fuera de éste, es un espacio que únicamente existe en las novelas. Y sólo en esta mina hay varios, superpuestos, pues cada 35 metros de altura serpentea una nueva red de galerías –cuatro en total, una de ellas activa hoy día- como si la superposición de estilos arquitectónicos que hace de no pocas catedrales cócteles de Lego tuviera, bajo tierra, la alternativa que se le niega sobre ella. A veces hay mineros en los pasillos de la catedral, venden cristales puros de penumbra como otros recetas similares.
4 comentarios:
Anda!...como la catedral de Burgos
Ah! Que hermoso, dulce CREACION...
imagino un cuento en donde la sal de todas lágrimas derramadas sobre la tierra sedimentaran bajo ella creando un templo. Un sitio donde guardar todo aquello por lo que las almas de arriba las hicimos caer.
Es esa la catedral que visitaste?
en argentina llaman mina a una bella donna. la de público que atraería, debidamente comunicado.
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