16 septiembre 2007
donde el cafe, y 5
De los tres que somos conducidos por un oficial de antinarcóticos a ser radiografiados en el aeropuerto bogotano de El Dorado, el que camina delante de mí suda, tiembla, si tratara de mostrarse nervioso no lo lograría tanto como ansiando probar lo contrario. Los modales del policía son un imán para los nervios de hierro fundido del desdichado: es seco, brusco, no te mira al hablar, para ahorrar tiempo te trata directamente como a un delincuente. Al hacérselo ver, declara haber pasado por un trato similar cuando ha ido a españa. El hombre que sale conmigo tras superar la prueba lo hace convertido en un flan, a pesar de haber caminado sólo cincuenta metros desde la sala de embarque a la garita, no sabe a dónde ir, pregunta con el tono de un niño extraviado. Al examinar la maleta, a falta de perro improvisa sus formas, y la declara inocente amontonando su contenido como si ella fuera culpable aunque yo no. Al ser preguntado si puedo denunciar sus modos me conmina a hacerlo a fin de que le trasladen por fin a otro destino. Lo que busca en mi estómago es así un mapa.
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