22 junio 2007

all Wright

Rufus Wainwright lleva una hora larga cantando y tras la primera salida ha regresado enfundado en un albornoz blanco, en un momento dado se sienta y de una caja extrae unos pendientes plateados que se pone, entonces se pinta los labios, se calza unos tacones y retrocede hasta el centro oscurecido del escenario, al tiempo uno de los hombres vestidos de traje negro que ha aparecido se ha ubicado entre él y el público de forma que no veamos qué está haciendo, hasta siete hombres vestidos como el primero surgen y se apiñan, agachados, en torno al Rufus oculto. Un instante de expectación absoluta –Wainwright ha empezado el concierto hablando de su nuevo video en el que aparece en albornoz y cómo al final descubre su ropa interior- pero la sorpresa no es lo que se ha quitado sino lo que se ha puesto: cuando la música –grabada- asoma y las luces le muestran, es la escena grabada en la retina de Marilyn Monroe rodeada de hombres de smoking la que vemos, Wainwright es ahora una figura de negro ceñido, medias y un sombrero ladeado, se mueve con una femineidad que obviamente no necesita ensayar, canta uno de esos espléndidos temas de hace medio siglo que parecería haber escrito, como todos, Cole Porter. Los hombres de negro componen una coreografía destartalada pero divertidísima cuyo gozo radica, en no poca parte, en reconocerlos miembros de la banda. La voz de Wainwright es un prodigio que sostiene sin necesidad de gran apoyo cualquier cosa que cante, y en eso caben con una naturalidad irreal los géneros, las épocas e incluso un talento incalibrable al que se le queda pequeña la música entre la que se gana la vida como cantante. No pocas de sus canciones suenan a Lieder, canta en francés si lo desea –como su hermana- o abre un disco con un tema sacro cuya letra es en latín. Pero resulta que el superdotado está justo delante, vestido de mujer, contoneando su figura y su magnífica voz grave como antes el piano, mientras le sabemos componiendo desde hace tiempo una ópera –léanlo dos veces- por encargo de The Metropolitan Opera House. Apenas entrado en la treintena, este personaje se le antoja a uno tan irrepetible como alguien que hubiera nacido con seis manos, que escribieran, por demás, a la vez como Brecht lo hacía sobre siete mesas. El catálogo de sus dones crecerá en septiembre, cuando saldrá a la venta el dvd/cd que recoge su concierto en Londres de hace unos meses, mimético del que ofreciera Judy Garland en 1961.

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