11 enero 2010

mira, muñeca

Con la nieve cae un silencio sobre las cosas que, como otro manto no menos blanco, las iguala. Uno se halla en la calle a primera hora y lo que escucha, siendo lunes, es el sonido de un día de agosto –hecho de horas solas, sin usar-, uno de esos días en que nadie parece venir a hacerse cargo de darle al día la conversación que en una ciudad las calles piden. Los pájaros hacen oír la suya con la misma sensación de extrañeza con que sentimos son los oídos y no la imaginación los que nos escuchan andar con pasos lentos, calculados, tratando de poner en cada huella el opuesto exacto a la ligereza con que uno camina no pocas veces esta ciudad como si tratara de salir de ella tras cada esquina. También en el uso más frecuentado de las cosas ahogadas en este color la extrañeza asoma, y como sucede en un lienzo por empezar o en una búsqueda mental sin resultado alguno, el mundo en blanco se antoja, sumado a las aceras aún sin pisar a estas horas, algo bajo lo que cabría esperar otra cosa, como una piel que impusiera este silencio para poder, a solas y sin testigos, crear otra ciudad, una que mereciera el blanco casi sagrado del que, en un par de días, habrá terminado de asomar. Nieva copiosamente a principio de año y lo que parece caer del cielo es, un día más, una segunda oportunidad para los ojos que la miran.

2 comentarios:

elviajero dijo...

hermoso... tú y lo que dices...

uliseos dijo...

gracias. te conozco?