05 octubre 2009

la voluntad anfibia

Es fácil saber cuando uno corre o huye, no siempre tan claro reconocer cuando sucede lo contrario, quizá porque entonces lo que haces es andar sin sentir por qué, hacia dónde, si lo harás a tiempo. Ayer andaba uno las cuestas y praderas del parque natural de Peñalara y en un momento dado miraba mis pies como si fueran de otro, de tan poco que me necesitaran para seguir o detenerse. En la ciudad uno camina con su ritmo –dice mi amigo Bernard- al que faltara añadir que más que con la suma de esos pasos, lo hace uno con la resta de ellos: la paz de menos, la serenidad que sentimos ahorcada con la suma de sus cordones. No da un domingo en el campo más que para sacarnos de la jaula de rodillas para abajo y ojos para arriba. Pero es con las manos que hacemos el mundo. Es su rostro de puño lo que llama a las sienes como al carcelero.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Tu amigo Bernard dijó: En la urbe uno anda su ritmo, el de la urbe; a lo largo de las sendas del Peñalara uno anda a su ritmo, el de uno mismo, el interno, el más profundo. Eso dijó. Un abrazo amigo Ulises.