14 octubre 2009
El cuadro va bien
Cuenta M. –japonesa ella- de su periplo como traductora en una feria de arte amateur que trae estos días a Madrid obra y autores, a los que pasaban revista el lunes cinco críticos de arte con sus respectivos intérpretes. A 3 minutos por autor iban pasando los críticos como quien juega partidas simultáneas de ajedrez, y ahí iba M. traduciendo al autor las impresiones. Hasta aquí todo normal. Las instrucciones de la rareza han llegado antes, en un aparte, cuando un encargado de la exposición, el promotor digamos, le pide a M. que ni se le ocurra traducir nada que no sean halagos desaforados. Cómo verían el percal que incluso el propio crítico le pedirá lo mismo. Ahora imagínese la siguiente destilación doble: por un lado, M. no es experta en arte, ni mucho menos, asi que el escenario es el peor posible. Y por otro tenemos al crítico pasando por los expositores con el objetivo doble de mostrar la mejor mala cara posible, y diluir su opinión en circunloquios y lenguaje abstruso, tan propio del formato. Entonces M., cuya cara no debía ser la de mentir porque era antes, forzosamente, la de inventar qué decir del cuadro sin ese lenguaje de hormigón a su disposición, había de enmascarar a un tiempo al crítico y a su propio conocimiento del tema. Es de por sí una situación tan rica en imposibles que casi escuece ensuciarla para traer a colación cómo recuerda las alcantarillas de la traducción imposible, de tan obvia, que anega estos días a la empresa de rajoy y cercanías. Es en honor del tan parapetado promotor de todo que se hace. La loa es a su normalidad.
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