18 octubre 2009
Ascenso y caída en la memoria de Manuel Gas
Entre los símiles que sugiere ese engranaje prodigioso que es lo teatral, el de la orquesta no asoma el primero porque, cuando no representada por una grabación, no pocas veces está ahí, en el mismo teatro, contando sus propias tramas como segunda voz que se dijera discreta, casi anónimamente de tanto venir siempre del mismo sitio oculto que antaño el apuntador. Estar sin estar es una figura común en los requisitos que responden quienes componen para cine y ese segundo plano es inmune incluso a esa forma lujosa e imposiblemente plena que es el teatro lírico, donde la música tiene tanto peso que los teatros en que se representa se permiten poner a la venta –y vender- asientos desde los que no se puede ver el escenario. No es doblemente mejor el teatro por venir de dos sitios simultáneamente, pero sí doblemente escaso y acaso en ello proporcionalmente valioso, o por lo menos atesorable en la memoria. Anoche, al acabar la espléndida Clementina, de Boccherini, en el Español, Jordi Boixaderas anunció la súbita muerte de Manuel Gas como hasta hace nada subían a ese mismo escenario Joan Crosas y Teresa Vallicrosa para cantar en la maravillosa Sweeney Todd lo que Gas y sus siete músicos permitían desde sus escondites. Parte no escasa de la mejor música que uno ha escuchado en tiempos recientes en teatro viene dirigida por él, y acaso “mejor” refiere “más profunda, diversamente teatral”. En esa lista hay clásicos de Sondheim, redundantemente espléndidos -A little night music y Sweeney Todd-, la extraordinaria versión que de la ópera de Weill y Brecht –Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny- se pudo ver hace tres temporadas, sendas zarzuelas de Sorozabal –Adios a la bohemia y Black el payaso- o el cabareteramente vital montaje a mayor gloria de Vázquez Montalbán como letrista, que tenía este mismo mes al propio Gas, por fin, en escena sólo ligeramente detrás de su teclado. Salvo la primera -en el Albéniz- las restantes han sucedido dentro de los bien pertrechados muros antiguos o recientes del teatro Español, y eso que ganamos todos. Acaso la memoria sólo hace su trabajo –preservar- si se la obliga, la muerte tiene así un rol de instrucción que necesitamos para albergar en nuestro interior ese otro acto teatral –la acústica, el eco de lo que merece quedarse dentro, a mejorarnos.
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