Henry James escribió La lección del maestro en 1892, Philip Roth su La visita al maestro en 1979. Ambas narran el acercamiento de un admirador a un escritor consagrado, y cómo ese aprendizaje desembocará en la decepción del primero a manos del segundo, convertido en ambos casos en insospechado competidor, y ganador, amoroso. La conciencia del primero de los maestros es una clásica en James, en el que las intenciones últimas son una ropa interior ambigua, que ni siquiera finalmente al descubierto se revela sin sombras. Y si la impostura que respira el maestro de James -Henry Saint George- proviene directamente, al igual que ocurre con el de Roth -E.I. Lonoff-, de la franqueza en efectivo con que se desenvuelve, en el caso de Lonoff, la humildad descarnada con que se observa a sí mismo y a su obra –cojo frases y les doy vueltas, repite como la más alambicada de sus fórmulas al respecto- no representa, al contrario que en James, ninguna trampa para el pupilo, aunque sí lo sea para su matrimonio. Son ambas, en cualquier caso, conciencias en línea recta en lo que a la transmisión del aprendizaje literario se refiere,
Aunque planteada la soledad de ambos maestros desde niveles bien distintos –la jaula que dibuja James es una de oro, en la que, salvo talento, el maestro baña sus días en todo lo demás imaginable, mientras que la de Roth es la de un eremita que lo es incluso para su propia esposa- hay escenarios comunes: la habitación a la que se llega el pupilo en Roth –pag 12, Seix Barral 2005- es, reacción incluída, prácticamente la misma que propone James –pag. 88, espasa 2004- (check). Y uno especialmente imbricado en la historia, uno que supondrá el cebo fatal para el pupilo en James y la rosa tumorada para el propio maestro en Roth: la obsesión por la escritura como suplantación de la vida, o como su pentagrama al menos.
En ambas obras, coinciden además el amor que siente el recién pupilo por una joven ya en las cercanías del maestro, lo que será la perdición de aquel en James y la impotencia del alumno respectivo en Roth. Con ello, en James, se derrumba lo poco que quedara del maestro a ojos del pupilo –algo que a esas alturas es sólo teoría, ya no aplicable a quien la esparce para otros- no así en Roth, donde el prestigio del maestro subsiste a cierta crisis personal en la vida del maestro que, en suceder delante del pupilo, es más incomodidad que decepción.
La admiración que viaja en ambas direcciones –pues los maestros alaban tanto las perspectivas de sus alumnos como éstos la trayectoria de aquellos- se da con mayor claridad en Roth, gentileza del carácter transparente del dibujo con que crea a su maestro. En James está teñida de crepúsculo, pues en tanto que competencia por la dama, su agotamiento como escritor –el del maestro- es a ojos del alumno uno que pesa en la balanza, aunque ese plato sólo se servirá al final, frío como la muerte, o una de sus formas.
1 comentario:
Desde maestro y pupilo hasta amigos o amantes, como es de verdaderas relaciones... una dinamica, para siempre, de admiracion y decepcion, para que la creacion permanezca y no sea alienada por ninguno!
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