14 abril 2007
semana de la narracion, 1
Se sabe el número de muertos por el de espantapájaros: por cada uno debajo, uno encima. Lo contó mi padre y ahí está para cualquiera que lo busque. Camisa de pana del color de los gorriones, sombrero del mismo heno que todo él, la biblia descosida en una mano. Quienes vinieron a matarlo plantaron el espantapájaros encima, como una lápida de la que se esperara que además de impedir que el muerto salga, sirva para ahuyentar a quienes se acercan a sus restos. O quizá lo pensaron para poder clavarlos a la tierra después de que sus disparos les clavaran a la pistola. Algún día se pensó en llevarlos a un cementerio, votamos que no. Así los que mataron los siguen viendo, bajo las legumbres y hortalizas que se comen, venganza estéril pues éstos se alimentan de patatas cuadrúpedas y aunque los vivos no podemos, los muertos harían mejor en olvidar lo que les arruinó antes de tiempo. Tampoco está muy claro de quién es cada muerto, o más concretamente, qué espantapájaros guarda cada muerto, pues a veces se les fusilaba en racimos. Llamo mi padre al más cercano y está bien, asi presto mi muerto a la comunidad y tomo de ella la cuota de dolor y rabia que vive repartida, sembrada donde miras. Uno de aquellos pistoleros esta enterrado en un río, dentro de un coche. Lo sabemos los peces y yo, que lo vi. Dejé su cuerpo y enterré su muerte en otro sitio, removí la tierra fuera de un sembrado y planté un espantapájaros encima, es el primero en años y se sabe. Era viejo ya, como el resto de quienes mataron, tanto que quienes todavía andan por aquí no tienen forma de saber cuántos de ellos viven aún, y cuántos puedan ser matados por aquello. Les ofende el espantapájaros y alguno se ha de ir pronto, a morir fuera, a salvo de adelantos. El viento y el miedo se turnan así para venir a mover también a los vivos.
1 comentario:
... y vendrán más espantapájaros como si fueran cuervos...
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