28 abril 2007

maldita la intención

También los designios del señor que aprueba las campañas de publicidad son inextricables, como presuponía Millás ayer en El País, y en poca medida al necesitar una trinidad de difícil convivencia: quien cree el anuncio no necesariamente ha de saber gran cosa de aquello que habla –por raro que esto suene, los motivos a los que apelar son siempre los mismos, y con saber las razones del consumidor basta y sobra-, más arduo se antoja que quien ha de aprobar el anuncio sepa de literatura, y puede pensarse que, al igual que el creativo respecto de su parapeto, aquel no ha de necesitar más conocimiento que el de imaginar lo que el consumidor sabe, a su vez, de libros. Éste es, precisamente, el último miembro de la trinidad mencionada, y si es tan fácil ponerse en su lugar –asomarse sin gran duda a lo que quiere o gusta- es porque tanto el creativo como el que aprueba el anuncio tienden a pensar que el consumidor, de puro parecernos todos, no puede pensar muy distinto de lo que uno. Y nada hace pensar que no sea así puesto que uno pasa mucho más tiempo siendo consumidor que haciendo o aprobando anuncios. Ni dios lee a los poetas, malditos o benditos, y esa es, de todas las certezas probables, la que más clara tienen los tres lados del proceso, asi que a uno se le antoja que lo que choca en todo esto es que la razón que unos y otros creen recomendable –leer poesía- es una que , de pura lejanía- suena más a promesa electoral, y como tal ha de verse, pues promover la lectura ha de pasar –este es el gran secreto- por algo tan simple como renunciar a hacer o tratar de idiotas a quienes ven la televisión o se asoman al mundo a través de los demás medios, y en eso la política de la comunidad de Madrid no es menos transparente en la gestión de su televisión local de lo que lo es en ese tramite obligado que es simular un esfuerzo publicitario por pretender algo –fomentar leer- que se repudia fuera de la marquesina en todas direcciones.

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