20 abril 2007

cambios, los minimos

Hubo un tiempo –siempre- en que las naciones, los reinos, los condados, los barrios, cualquier emperador de su casa que hubiera de vender una agresión necesaria tenían a mano –siempre- un agravio posible que –esgrimían- nadie más podía sufrir o entender puesto que ninguna geografía es igual, como tampoco idioma o acento alguno, traje regional, tipo de hortalizas y así todo rasgo identitario. Y si las amenazas del cambio climático lo igualan todo en la magnitud de sus efectos, ni siquiera una guadaña tan igual para todos es suficiente a nuestros ojos para vernos como un solo culpable. Gobiernos de países apenas arribados a las orillas primeras de la prosperidad anteponen hoy ese crecimiento con sólo tener a quién apuntar como emisor anterior, como asesino con más experiencia y medios para infringir el daño. El tiempo invertido, la economía creada a partir de esa inversión componen así una más de las eternas razones incompartibles, como la geografía, el idioma o acento, los trajes regionales o el tipo de hortalizas. Creado con la idea de gravar con multas el exceso de emisiones contaminantes, éstas incluso dan nombre a un mercado en el que los países se compran y venden derechos de emisión. Que no por nada suena a ese derecho de raza, credo, sexo, casta, lengua o tierra con que la tierra se convierte en las facturas que lo explican desde siempre hasta nunca.

No hay comentarios: