Siete años han pasado desde que Israel Elejalde se
asomara por vez primera al Centro Dramático Nacional. Y quizá porque el tiempo
de los autores que ayudara a encarnar no se ha movido un ápice de Ibsen a
Galdós, las peripecias de sus personajes tampoco lo han hecho. El único amigo
que Ibsen pusiera a disposición del doctor Stockmann en su Enemigo del pueblo resultaba,
en la Doña perfecta, de Galdós, más de los que el protagonista –Pepe Rey- podía
encontrar en un pueblo perdido de la España de finales del XIX. A merced en
Ibsen de todos los que, en la advertencia sobre la calidad de las aguas del
balneario, prefieren la mentira a ver arruinada la fuente de sus ingresos, y en
Galdós de quienes, por mor de la autoridad obvia de la iglesia y el absolutismo
de la burguesía local atrincherada, conspiran contra la elemental verdad que
defiende el joven llegado a Orbajosa, Elejalde está más solo cada vez. También
porque el lado que defiende en solitario la verdad es más vulnerable si quien
defiende la mezquindad es de su propia sangre –el hermano en Ibsen, la tía en
Galdós. Su Alcestes reluce estos días en El misántropo como un enésimo
Zaratustra, sin el consuelo de tener a quien mirar a los ojos mientras aquel le
traiciona, dado que en la versión de Del Arco, esa es una misión al alcance de
cualquiera. Encarnará un día a John Proctor, de Las brujas de Salem y su
muestrario sobre el jurado torticero o directamente fanático seguirá puliéndose.
27 abril 2014
24 abril 2014
Desde el mismo núcleo de la mecha
Inserto
en un artículo sobre genómica, se lee en El País, ayer, de la creación de la Human
Longevity Inc. “Nuestro objetivo es que
los 100 años sean los nuevos 60” –dice su cofundador. Se ceban así dos
bombas a la vez: la demográfica y la que trae el cambio climático, cuya amenaza
se trata justo a la inversa: Nuestro objetivo es que los 60 años sean los
nuevos 100.
Cien años de memoria
Como
no lo he leído estos días en la prensa, lo dejo aquí: creo que es al principio
de Cien años de soledad cuando se narra la peripecia de un hombre que, conforme
pierde la memoria, ve cómo su esposa o familia va sembrando la casa de notas
con el nombre de las cosas, cada una junto al objeto que describe. Las
editoriales que lo distribuyen hacían lo mismo ayer.
21 abril 2014
diario de a bordo de la astilla
Como casi todo lo que pudiera rodarse a partir del Antiguo Testamento, Noé, de Darren Aronofsky, es una película sobre el sentido del humor de dios. Más específicamente, sobre cómo quien no juega a los dados con el universo podría albergar cierta disposición a hacerlo con los hombres. En uno de los escasos hechos que el guión no modifica o fabula directamente, con el destino de la especie humana en juego, convencido Noé de que dios no desea más hombres que los que vayan a bajar del arca, y al saber que la mujer de su hijo Set está embarazada, tras jurar matar al recién nacido si es niña, dios envía no una sino dos gemelas a su vientre. Sin tanto estrés, incluso Noé habría apreciado el sentido del humor de quien extermina a una especie en su práctica totalidad para luego dar a esa especie la oportunidad de repetir los mismos errores, esta vez sin tanta competencia.
Como los propios inquilinos del arca, cada idea no literalmente tomada del Libro del Génesis es también doble, y si una sirve para vender entradas, la otra no desmerece ni del mundo previo a ese diluvio, ni del posterior: son los descendientes de Caín los llamados hombres, solo ellos. El mundo previo al castigo divino es uno familiar: la deforestación brutal, la contaminación impune, la tierra esquilmada, el canibalismo simbólico y el otro, las ciudades, las máquinas. Solo la presencia del descendiente de Caín dentro del arca es redundante, pues, como recalca Noé a quien quiere escucharle, eso viaja ya dentro de cada uno de ellos. Noé y Set Matan a cuantos pueden para salvaguardar la misión encomendada. Noé deja morir después a quienes claman antes de que la inundación se los trague. Las líneas más verosímiles son, ya sea dirigidas a dios o a aleccionar a uno de los hijos de Noé, las del tataranieto de Caín –“yo doy la vida y yo la quito, como tú”.
Anclado
en la parquedad expresiva de dios y en la dificultad de consensuar con él un
diccionario, las preguntas más interesantes de la película tienen que ver con
el tormento interior de Noé, convencido, con razón, de que obedecer a dios es
defraudarle y confiar en su criterio, un acto de ingenuidad que tiene en cada
uno de los miembros de la familia regeneradora un ejemplo distinto: Noé no
puede matar a un recién nacido si dios no se toma la molestia de impedir el
embarazo, que sería lo más fácil y limpio. Su esposa niega la voluntad de dios,
que viene de ejecutar a millones de adultos y niños, solo porque estos niños
son sus nietos. Set, una vez padre, opina igual. Cam es el más humano de todos
ellos: la sensación de tener menos que su hermano y el deseo de venganza
corroen su alma. La pregunta de quién traiciona a quién –si Noé a dios, dios a
Cam, Cam al resto- es menos interesante que ver en el desenlace –el diluvio
como acto estéril si la especie humana pervive- uno que dios debía prever, al
poner en las manos de un hombre la decisión sobre los frutos de su propia
sangre.
La
última década ha visto, con esta, tres arcas llenar los cines: la que Roland Emmerich
fletara en su 2012 (2009) y la que Scott Derrickson bajara del cielo en el
remake de Ultimatum a la tierra (2008). Si ésta respetaba ortodoxamente la
simbología del arca –los animales a salvo por parejas, el hombre a salvo, desaparecido
de la faz de la tierra-, aquella añadía el matiz más verosímil posible: que los
ocupantes de las tres arcas construidas a tiempo lo fueran avalados por los
ingresos que pudieran pagar el camarote, de forma que militares
estadounidenses, jeques árabes y millonarios rusos navegan plácidamente hacia el
futuro de la especie. Si asistir al comportamiento de los hombres sirve para
juzgar a dios, y mirar a éste como aquel del que surgiéramos hechos a su imagen
y semejanza, sirve para declararnos inocentes, la película de Aronofsky añade un matiz de esperanza a futuro: si al menos descendiéramos de Jennifer
Connelly.
19 abril 2014
De la hemeroteca de Arturo Galván
“Lope de Rueda… Juan de la Encina…
Torres Naharro… ¡pero quién coño son éstos!... ¿dónde han estrenado estos
cabrones si puede saberse?... estos son de falange, seguro. Recomendados del
gobernador… ¡nosotros traemos a Muñoz Seca, a los Quintero, a Torrado, a
Jardiel Poncela! ¡no a enchufados!”
De El viaje a ninguna parte, de Fernán Gómez.
18 abril 2014
Cortedad de España
17 abril 2014
send in the clowns
Compuestas
con cincuenta años de diferencia, Ruggero Leoncavallo y Pablo Sorozabal escribieron,
respectivamente, sus Pagliacci (1892) y Black el payaso (1942) cuando el circo
era un personaje que solo moría en escena. El montaje doble de estos días en El
Teatro de la Zarzuela ha invertido el orden, pero dudosamente la profecía. Incluso
disponer de un espacio fijo en Madrid que lleva el nombre de Circo Price solo
sirve hoy para advertir cómo los payasos que en la ficción musical pugnan y
sufren queriendo ser otra cosa –un rey, un hombre- lo han logrado: en el circo
moderno muy raramente asoma un payaso ya. La admonición de Tonio al principio
de Pagliacci –“yo soy el prólogo”- es
tan profética acerca de la caída como lo sea una de las primeras que pronuncian,
al unísono, Black y White –“¡Y hay quien
dice da preocupaciones gobernar a las naciones! ¿Y gobernar al público no es
nada?”. Mientras la ópera regenera permanentemente sus obras mayores –de Monteverdi
a Gershwin- al tiempo que crea su propio repertorio contemporáneo, la zarzuela
declina porque sus libretos son, en su mayoría, material apolillado. Entre el
White payaso y el White primer ministro, el público menor de cuarenta años escoge
hoy… a Tonio y Canio, aunque sean éstos los que pasen la obra entera sin salir
del circo y no a quienes, en la obra de Sorozabal, no lo pisan. Hay cierta
crueldad en que lo que vale para buena parte del género de la zarzuela y la
opereta no lo haga en Black el payaso –su música y su libreto son estupendos-, y
lo que se aplica a Pagliacci –libreto más bien simplón- la ubique, pese a todo,
entre las óperas más populares y representadas. Tratando ambas de la verdad dentro
de la simulación, hablan también de ese reducto amenazado del payaso que cumple
hoy su función: Leo Bassi sufre amenazas del sector más integrista del catolicismo
cada vez que sus monólogos hablan de ese circo fangoso: la religión fuera del
libreto que se pregona desde hace siglos.
posando para la catástrofe
13 abril 2014
09 abril 2014
muñecas rusas
Se pregunta David Nieto en Cartas al director, hoy en El
País, si respetaría la Generalitat el derecho a decidir de las regiones en las que hubiera ganado el “no” y
que, por tanto, hubieran decidido seguir junto a España. Y más valiosamente, si
se permitiría, en un supuesto futuro estado catalán, que una región integrante
de Cataluña decidiera por sí sola irse de dicho estado. El proceso sigue –dice artur
mas, nada más asistir al veto absoluto del congreso. Si no entiende a Nieto ni
lo que el significado legal de la decisión de ayer comporta es porque está
hablando de la novela de Kafka que lleva ese título. Improbablemente ha de
saber también de qué habla ésta.
03 abril 2014
ser abuela de tu hermana
La versión de Tres hermanas, de Chéjov, que Sanchis
Sinisterra muestra estos días en La Abadía, dirigida por Carles Alfaro, habría
gustado más a Shakespeare de lo que acaso a Chéjov, contada la historia de las hermanas
Prózorov como si fueran las tres brujas de Macbeth puestas a soñar una historia
rusa, tres siglos después. Solo que, puestas por Sinisterra a decir a todos los
demás personajes que han sido suprimidos, Masha, Irina y Olga acaban superando
el presente que Chéjov las puso a padecer y, en la vejez que recrean Julieta
Serrano, Mariana Cordero y Mamen García, son literalmente el futuro que temen. No
es un ápice distinto a lo que Chéjov condenó a tantos de sus personajes, pero sí
modifica la incertidumbre, el temor a la soledad que puso en ellos, pues, dicho
y leído desde el fracaso de sus sueños, más semeja el relato de un conjuro fallido
que la vicisitud aburguesada de tres jóvenes rusas por escapar de su destino. Puestas
a ser, respectivamente, el personaje y el portavoz de otros, mezclados los
miedos y las ilusiones vanas, más funciona el espejismo cuando más conoces la
obra. Es así como lo que podría ser la baza principal del montaje de Alfaro es,
probablemente, su agujero más hondo. Cuando Irina lamenta “a dónde se ha ido todo el mundo”, la mayoría no ha de saber de
quienes habla. Nunca estuvieron aquí, no hoy.
ver (concur) so
se toma un verso, se publica y se espera a que alguien añada otro, y otro, y así.
posibilidades de éxito: cero
trátame como lo hace tu ausencia