La llegada del sonoro trajo una paradoja que resuena en
The Artist a cada plano: el poder de la música para contar una historia… que
pueda hacer innecesarias las voces de sus protagonistas. No hay década sin
ejemplos: de haber estado vivo en 1951, George Gershwin habría podido llenar
por completo Un americano en Paris hasta poder contarla por si sola. La música
de Bernard Herrmann narra Psicosis (1960) sin gran ayuda, como acaso también
Henry Mancini pudiera ser todas las voces que Desayuno con diamantes (1961) necesite.
La música de Scott Joplin que George Roy Hill escogiera para narrar El golpe en
1973 posee ese mismo don. John Williams habría podido nacer en 1890 y aún así
haberse convertido en el mejor músico que el cine mudo hubiera podido soñar. ¿Qué
sino fe en esa narrativa pura es dejar que Williams compusiera un tema libremente
al que luego Spielberg se adaptaría para montar los últimos diez minutos de Encuentros
en la tercera fase?. Como Fritz Lang, Chaplin o Wilder, Hitchcock halló una voz
aún más formidable al encontrarlas todas. Pero solo él dirigió dos veces la
misma película –El hombre que sabía demasiado-, una a los pocos años de logrado
el sonoro, y otra dos décadas después. Quizá por eso, cuando la vida de este George
Valentin en plena caída parece estar acercándose al silencio final, la música
que suena no es la de Ludovic Bource, sino la de Herrmann para Vértigo. Luciendo
así el mejor milagro de la música encargada de ser la voz de sus personajes: poder
traer a esta historia de 1927 rodada en 2011 el mismo dolor que paralizara a James
Stewart en 1958.
12 enero 2012
voz que rebota atrás
El cantor de jazz (1927) no solo sucedió al cine mudo
como un asteroide sucede allí donde cae, también trajo un sonido que era el de
la caída de un formato que imperó durante 30 años, y simultáneamente el eco
amplificado de otro que ya existía en los escenarios de Broadway. De ellos
salió El cantor de Jazz para convertirse en la primera película sonora, y de
esos escenarios llegaron los argumentos de los que tiraría la música, tanto
como la palabra, para hacer del primer cine sonoro uno que en las siguientes
dos décadas fue tan masivamente cine bailado como hablado. The Artist (2011)
sucede en ese tiempo también. Y acaso su más obvio mérito sea ser al mismo
tiempo tan clara herencia de Cantando bajo la lluvia (1952) como verosímilmente
hecha para parecer previa a ésta. De ahí el asombroso molde de este George
Valentin/Dujardin en que parecería inspirado aquel Don Lockwood/Kelly. Los dos
espejos más obvios entre ambas –la coprotagonista rubia menospreciada por el
galán, El caballero dualista como antigualla de otra era, la aparición de una
joven aupada por quien será su amado, finalmente- tiran de su primera
aparición, en 1952, pero su inclusión en la magnífica y temeraria revisión de
Hazanavicius es, como todo en su película, uso maravillosamente elegante de
recursos olvidados o superados –la gestualidad que incorpora una película muda,
el equilibrio de información suficiente a que obliga no trufar de cartelas la
historia, un lenguaje narrativo creado para los ojos de hace un siglo, volcado
sin forceps para caber en los actuales. El hondo declive de un mundo como
consecuencia del ascenso de otro es, por demás, una formidable ironía, obvia en
los raros momentos de silencio absoluto, cuando la sala atiborrada se llena
además del sonido que viene de la sala de al lado, como si la voz del cine
contemporáneo –que, entre otras cosas, arrinconó hasta casi expulsar, el
musical como género- no permitiera la resurrección de un enemigo al que, ni
habiendo enterrado, consigue hace callar.
3 comentarios:
que chulo el post! está genial! como resumen, ideal para acompañar los millones de hojas de mis clases de cine en la uni. te hubieran gustado! :)
me hubieran gustado tus compañeras de clase :)
jejejeje!!! sip! recuerdo alguna... alta, guapa...
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