13 enero 2012

El extraño caso del doctor Abel y el señor Caín

La confesión final de Henry Jekyll con que Stevenson unificara en un propósito la dualidad del dolor humano, contada hasta entonces como brutalidad hija del afán de un Victor Frankenstein -“antes incluso de que el curso de mis descubrimientos científicos hubiera empezado a sugerir la posibilidad de semejante milagro, me acostumbré a acariciar la idea de separar dichos elementos. Si cada uno de ellos, pensaba yo, pudiera alojarse en una identidad diferente, eliminaríamos todo lo que es insoportable en esta vida: el injusto seguiría su camino liberado de las aspiraciones y remordimientos de su alma gemela, y el justo podría recorrer con paso firme su camino de perfección, dedicado a las buenas obras que tanto le deleitan, sin estar expuesto a la deshonra y la penitencia que le impone un mal ajeno a él” es un intento fracasado incluso antes de llegar a su descripción. Pues Stevenson puso a ambos dentro de cada uno de esos seres nuevos –a Henry Jekyll en la mente del recién creado señor Hyde al advertir que “nada más degustar esa nueva vida, supe que era más malvado, diez veces más malvado, y un esclavo de mi mal originario, y en ese momento, la idea me animó y embriagó como el vino”. A Hyde, a hablar por boca de Jekyll, incluso segundos antes de que éste aparezca. “Ahora tú, que has estado siempre constreñido por opiniones estrechas y materialistas, que has negado la virtud de la medicina trascendental y te has burlado de tus superiores… ¡observa!” –dirá a su amigo Hastie Layton, aún bajo la apariencia del enano malvado, pero sin embargo hablando con la voz de la conciencia del doctor Jekyll.  

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