29 noviembre 2010

Los malos diccionarios, 2

Se editan coordinadamente en varios países extractos de los informes secretos entregados a Wikileaks, y el revuelo automático tiene menos que ver con la primera acepción de “diplomacia” que con la segunda, entendida como “tacto o habilidad para tratar personas o asuntos delicados”. A nadie mediamente informado le suena mínimamente nuevo nada de lo que pueda decirse en esos informes sobre putin, berlusconi, sarkozy o ahmadineyad. Y ni siquiera el tono, franco y escueto, de lo que se sabe de uso privado resuena menos afilado que lo que editoriales y columnistas despellejan día sí, día también, en periódicos de todo el mundo. Así, a lo pueril que es sorprenderse de la función de unos servicios secretos, se añade lo infantil de leer hoy en El País que “las revelaciones ponen en riesgo proyectos fundamentales”, como si algún recelo de los publicados con membrete del departamento de estado norteamericano fuera más severo, o sólo más verosímil, únicamente por escribir bajo ese escudo lo que los agraviados pueden leer de sí mismos con sólo asomarse a un kiosco. No se ofende quien quiere sino quien puede, y además de para vender periódicos, poco más va a servir todo esto que para blindar enésimamente ese escudo con el que lo ilegal protege sus crímenes –todo vale lo que el tamaño del adversario, lo que la sospecha de quien te vigila o escribe informes sobre ti. Noticia de la sospechosa salud mental de un dirigente, de la pulsión mafioso-prostibularia de otro, del ego maníaco o el autoritarismo mamado en origen de terceros. Le quitas el membrete y es todo noticia de segunda mano.

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