05 junio 2009
motos que corren hacia atrás
Son siete los motoristas que han llegado haciendo rugir sus Harley davidson hasta pararse justo debajo de la ventana, a esperar a otro integrante, que del infierno vive en la mejor zona o la más ajardinada, pues sale del chalet de enfrente. Son ángeles gordos, calvos, embutidos en ese uniforme negro y ajustado. Así, bajados de sus motos, vueltos a la apariencia civil, producen ternura, adultos que han de trabajar uno en un banco, otro en una consultoría, aquel en un gran almacén, aquella en esa tienda. Hechos y derechos hacia un disfraz y una comunidad cuya fe de pertenencia sólo la infancia tiene y roba la madurez en cuanto llega. Se saludan de una forma concreta, mezcla de la virilidad y el crédito que merece quien tiene el mismo juguete que tu –pura infancia. Pero se defenderían unos a los otros si fuera necesario, con ese instinto grupal, de pandilla, que se pierde al crecer. Sí, inspiran algo lejano y bueno estos siete jinetes del Apocalipsis que es la edad adulta. Pero sus máquinas escupen ruido obsceno que viene de los motores o de sus radios, y es que en ese viaje hacia lo que no volverás a ser sino por unas horas, en el equipaje viaja por fuerza lo que eres. Como a niños, bajaría uno a recriminarles mejores modales, pero, como dejó escrito Golding, incluso las moscas, reunidas en número suficiente, forman, apiñadas un señor que podría matarte. Asi que uno les mira desde la ventana, caídos por pura perspectiva, ángeles exhibiendo esa condición suprema que es también de lo perdido: o viaja toda la memoria, o ninguna.
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