25 mayo 2009

yo, ombligo

Se lee ayer en El País un artículo de Andreu Missé acerca de la irrelevancia probable, la incomodidad segura, del parlamento europeo en la percepción de los ciudadanos de los 27 países integrantes hasta la fecha. Hay dos desviaciones en esto: la primera, aunque cierta de fondo pero no en esto, es la que achaca al cansancio de los ciudadanos lo que es sólo incomodidad de los gobiernos ante una institución con el poder creciente de legislar en contra de los intereses particulares de este u otro partido político aupado a las urnas. Y la segunda es una que funciona a la inversa, pues, esta sí, emana de los gobiernos pero son sus votantes los que aplican el plan: sucede que cada vez más –en este país llena las páginas de nacional en todos sus periódicos- los caudillos regionales, locales, y presidentes de comunidad si se les deja, denuncian sus agravios, y requisitos consecuentes, como si de asuntos de relevancia continental o planetaria se tratara. Por eso la escala europea, cuando se plantea como en estos días de elecciones al parlamento europeo, suena a la gente insignificante, de tan lejano. Tampoco ayuda, claro, el que las campañas electorales se planteen, desde el lado cavernario usual, como la llamada al orden en medio de la ciénaga estrictamente local donde se pegan los carteles. ¿Europa? ¿pero no era mi barrio, mi lengua o mi bandera el mundo?

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