Así la vida acaba, con los días,
por rodear y trocar en jardines
los cementerios que se ocultaron fuera,
crecen los muertos alrededor de Ibsen
cual hijos de Nora y sus deseos,
y mientras el monolito sembrado a su cabeza
como clavo de mármol de apariencia
apunta su negrura hacia los cielos,
grabado en él, blanco un martillo,
clava hacia abajo los actos y el infierno.
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