27 diciembre 2005

la bondad de las calles

Mezclado con el de las frutas y verduras, emana de una frutería sita en el barrio un olor a bonhomia, que con suerte uno sigue masticando una vez en su casa. Y como semilla de otro tiempo, próximo a ese aroma -contiguo de hecho- uno recuerda el aspecto estrecho, como de entrada de mina, que el local de al lado lució durante años mientras el letrero -carbones- se enfriaba al tiempo que sus compradores. Al cabo de mucho tiempo al raso de ese frío que da el que nadie quiera lo que ofreces, ese local cerró. Y así permaneció durante muchos años. Hoy, al salir de la frutería, el local volvía a estar abierto, y donde hubo carbones hay ahora una tienda llena de las cosas más diversas, cosas que uno podría regalar, juguetes incluso. La calle es breve y desemboca en sí misma en una cuesta con prisa por ser alguien, justo en la parte más baja de la pendiente estaban los carbones. No sólo qué clase de frío calentará un botellero, un rollo de papel de embalar, una lámpara; también, y sobre todo, a dónde han de ir los niños que no merezcan la frutería.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Un soneto me manda hacer Violante..."