En el mundo en que reinó Reagan,
los representantes del equipo contrario tenían la longevidad que se le deseaba
a sus ideas: Yuri Andrópov y Konstantin Chernenko presidieron la Unión
Soviética en dos mandatos sucesivos del que dimitieron, al tiempo que de la
vida, en apenas quince y once meses respectivamente. Cuando Mijail Gorbachov se
hizo cargo de la empresa, Reagan cruzaba ya el ecuador de la década en que iba
a sentar las bases del modo republicano de pensar hasta la fecha, con parada
posterior en su vicepresidente, George Bush sr. y fonda interminable en su
hijo.
La grandeza del país que
presidió el primero miraba hacia el peso del estado en la Rusia comunista para
amputar la que, en territorio estadounidense, recortaba impuestos a los ricos
en la ilusión de que serían estos quienes devolverían a la sociedad lo que el
estado se negaba a pedirles.
donald trump es hijo o
espectro de ese plan, y tan bien podría éste haberlo entendido que la impresión
obvia de no haber ido al colegio en su vida podría ser solo la de considerarse,
no heredero, que a algo obliga, sino encarnación del espíritu conservador que
Reagan trajo el mundo mientras otra eclosión, la de la publicidad que no
llamaba idiota a quien la veía (encarnada en Bill Bernbach y su equipo),
declinaba para lanzarse, en los ochenta, en manos del videoclip que iba a
moldear millones de anuncios en esa década y aún la siguiente.
trump cumplió sus cuarenta
años en medio de esa transformación social que hizo de Estados Unidos un país
más próspero e infinitamente más injusto, y que con Reagan en el poder aún tuvo
hasta bien entrada la década de los noventa para elevar el privilegio del
empresario sobre la sombra del socialismo que no solo dictaba la vida de sus
ciudadanos sino que, atrocidad, les impedía enriquecerse con ella.
Que, entrada la campaña presidencial
actual, trump imite menos a Reagan que al último de los zares que la revolución
bolchevique interrumpió, es una ironía que, en su delirio permanente sobre casi
cualquier tema, ha de ignorar en su forma de dirigirse a la mano de obra
extranjera, cuán se asemeja a la que practicara aquel Romanov con los derechos
de los campesinos rusos de principios del siglo XX.
Sumado
el apoyo de los supremacistas blancos –ku klux klan-, el de la asociación
americana del rifle y el de empresarios como los hermanos Koch, arracimados en
el molde del nazi henry ford, la grandeza a la que trump arrastra a tan infame
eslogan, es, en su ataque al socialismo que enmascara el ideario demócrata, el
de una dictadura barnizada de espíritu empresarial, en el que basta mentir con
énfasis e insultar con energías inacabables para merecer el respeto que un jefe
de estado como Obama, que basa el suyo en la inteligencia, la sensatez y la
oratoria, no merece si se puede elegir a un cowboy como trump, es decir como
Reagan, como Bush jr. Como cualquiera que no sabe la más mínima noción de la fiscalidad
de multinacionales, pero por qué preocuparse si la grandeza está a la vuelta de
la esquina, como la basura que cualquiera saca a medianoche.
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