Una posibilidad que explique el reciente voto contrario al proceso de paz
con las farc es que, sabiéndoles sentados a la mesa en que negociar su renuncia
a las armas, pensar en renunciar al castigo del perro rabioso lograda la
domesticación se antoja difícil. En el chantaje que todo terrorismo aplica al
estado con el que negocia, la igualdad de derechos es el primer eslabón que se
busca garantizar. Los estados ceden porque lo que es obvio para un ser humano
normal, viniendo de un chacal es un prodigio y no hay que desperdiciar la
ocasión de lograr que entregue los dientes. Pero una vez en la jaula, es decir,
sentado a la mesa de negociaciones, tratarle como lo que es podría ser el
primer instinto de cualquiera. Al fin y al cabo, el perdón no exime del castigo,
no es incompatible con la justicia.
Pocos de quienes vienen de votar no a su integración social sin penas de
cárcel han de pensar que quienes, logrado el supremo esfuerzo de no parecer
alimañas durante el tiempo que han durado las negociaciones, podrían volver a
la selva si el pacto fracasa. Es como pensar que quien prueba una ducha y una
cama caliente preferirá después dormir a la intemperie.
Si desde aquí tampoco termina de sonar extraño es porque, sin un referéndum
en que preguntar si los asesinos merecen dejar de serlo por decreto, no pocos
de quienes, desde el pnv sin ir más lejos o más cerca de la bala, jalearan a
los asesinos de eta gozan hoy de derechos plenos para seguir disculpando sus
crímenes en pro de la estabilidad del negocio que, casualidad, regentan ellos
en base a vestir camisas mejor planchadas.
La diferencia es, por supuesto, que quienes mataban en eta lo hacían
amparados en la mayoría nacionalista de la democracia vasca, y quienes en las
farc, en selvas literalmente más frondosas. Hay que estar en la piel de quienes
viven amenazados de muerte, aquí y allá, para calibrar la necesidad del
chantaje infecto que supone ver pasear a cara descubierta a asesinos cuyos
únicos méritos democráticos son rendirse a condición de que el estado acepte
perder de forma menos sangrienta.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.
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