09 octubre 2016

vacuna retroactiva


Una posibilidad que explique el reciente voto contrario al proceso de paz con las farc es que, sabiéndoles sentados a la mesa en que negociar su renuncia a las armas, pensar en renunciar al castigo del perro rabioso lograda la domesticación se antoja difícil. En el chantaje que todo terrorismo aplica al estado con el que negocia, la igualdad de derechos es el primer eslabón que se busca garantizar. Los estados ceden porque lo que es obvio para un ser humano normal, viniendo de un chacal es un prodigio y no hay que desperdiciar la ocasión de lograr que entregue los dientes. Pero una vez en la jaula, es decir, sentado a la mesa de negociaciones, tratarle como lo que es podría ser el primer instinto de cualquiera. Al fin y al cabo, el perdón no exime del castigo, no es incompatible con la justicia.
Pocos de quienes vienen de votar no a su integración social sin penas de cárcel han de pensar que quienes, logrado el supremo esfuerzo de no parecer alimañas durante el tiempo que han durado las negociaciones, podrían volver a la selva si el pacto fracasa. Es como pensar que quien prueba una ducha y una cama caliente preferirá después dormir a la intemperie.
Si desde aquí tampoco termina de sonar extraño es porque, sin un referéndum en que preguntar si los asesinos merecen dejar de serlo por decreto, no pocos de quienes, desde el pnv sin ir más lejos o más cerca de la bala, jalearan a los asesinos de eta gozan hoy de derechos plenos para seguir disculpando sus crímenes en pro de la estabilidad del negocio que, casualidad, regentan ellos en base a vestir camisas mejor planchadas.
La diferencia es, por supuesto, que quienes mataban en eta lo hacían amparados en la mayoría nacionalista de la democracia vasca, y quienes en las farc, en selvas literalmente más frondosas. Hay que estar en la piel de quienes viven amenazados de muerte, aquí y allá, para calibrar la necesidad del chantaje infecto que supone ver pasear a cara descubierta a asesinos cuyos únicos méritos democráticos son rendirse a condición de que el estado acepte perder de forma menos sangrienta.
Pero ha de quedar claro que la única razón por la que criminales son invitados a sentarse a la mesa a ser tratados como seres humanos es porque la domesticación de una alimaña solo es posible en habitaciones iluminadas, bajo la misma promesa que ellos presumen: la de no dispararles nada más aparecer. Una vez salidos de la selva, visibles, al alcance de la ley, cómo pedirle a la bombilla que les muestre como no son.

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